jueves, 25 de febrero de 2010

Libro "La República Lobbysta", de Manuel Dammert.

La República Lobbysta

Por: Humberto Campodónico (Economista)

En Colombia, la estatal ECOPETROL, recientemente modernizada, invirtió US$ 6,200 millones en el 2009, una fracción de los cuales ha venido aquí para adquirir Petro-Tech.

En Chile, la estatal Codelco, la empresa de cobre más grande del mundo, generó excedentes por US$ 4,970 millones en el 2008 y acaba de firmar un contrato con China para venderle 55,000 toneladas anuales de cobre en los próximos 15 años. En Brasil, la estatal Petrobrás ha logrado el autoabastecimiento de petróleo –produce 2 millones de barriles diarios–, ha encontrado abundantes reservas en el Atlántico y plantea invertir US$ 174,000 millones (50% más que el PBI peruano) del 2009 al 2013.

Pero en el Perú se privatizaron los lotes productores de Petroperú y el Estado no le quiso dar participación en la venta de Petro Tech ni, antes, en la compra de los grifos de SHELL, que fueron adquiridos por Primax, propiedad de la estatal chilena ENAP y el Grupo Romero. En el caso de ENAPU, después de 15 años de pedir la compra de grúas pórtico, éstas recién llegaron el año pasado. Hay muchos ejemplos más.

En sentido contrario al mundo –y en países vecinos que no tienen nada de “antisistema”–, la clase política y empresarial peruana sigue con los obsoletos preceptos del Consenso de Washington, que niegan la necesidad de redefinir los roles del mercado y el Estado. Peor aún, en los últimos años, desde la administración estatal se promueven los intereses privados en actividades estratégicas, como en Camisea, los contratos petroleros (petroaudios)y la actividad portuaria, para solo mencionar algunos.

En un reciente libro, La República Lobbysta, Manuel Dammert dice que esos hechos no son producto de la casualidad. Afirma que “la élite de esta República Lobbysta abandona desde la partida a la nación y la soberanía, superpone la función pública con la actividad privada. Utiliza la gestión pública para gestionar intereses privados globales. Su rol se reduce a obtener los ingresos que corresponden, estrictamente, a la intermediación de las estrategias de grandes negocios privados, sin que existan planes ni políticas públicas en función del interés nacional”.

Agrega: “Es una élite a la que no le interesa ser empresaria productiva, ni invertir los excedentes en ampliar la acumulación, innovar en productividad, mejorar el capital humano social e institucional. Solo busca obtener su parte alícuota del gran negocio de alguna estrategia privada que no les incumbe, no les interesa”.

Con este enfoque Dammert analiza en detalle dos sectores estratégicos en el siglo XXI: puertos y energía. Después de una prolija investigación, llega a la conclusión que los lobbystas no tienen como objetivo desarrollar los grandes ejes de integración continental, poniendo en marcha ciudades-puerto con zonas económicas de valor agregado logístico. Por el contrario, se busca liquidar a ENAPU y desarticular el sistema portuario para entregar dicha infraestructura a intereses extranjeros.

En el sector energético, Dammert demuestra que la exportación del gas de Camisea de los Lote 88 y 56 no es producto de contratos “técnicos”, sino de actividades lobbystas –desde los más altos puestos del Poder Ejecutivo–en los que ha sido “descollante figura” el ex ministro toledista, Pedro Pablo Kuczynski.

La detallada descripción de la mezcla de las funciones públicas de PPK con las de su Grupo Empresarial –que ocupan un capítulo entero– desnuda la complicada trama de intereses que han primado sobre los intereses nacionales. Resultado: el gas de Camisea (que revirtió gratis al Perú por los regalos de la Shell) ya no va a servir para las necesidades peruanas (y menos para las regiones pobres del Sur andino) sino que va a ser exportado a México.

Clara demostración que los “lobbystas” en el Poder son “intermediarios de las estrategias de grandes negocios privados, sin que existan planes ni políticas públicas en función del interés nacional”.

Fuente: Diario La República. Sábado 22 de Agosto del 2009.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Libro "La transición inconclusa. De la década autoritaria al nacimiento del pueblo", de Alberto Adrianzén.

Debate sobre el libro "La transición inconclusa. De la década autoritaria al nacimiento del pueblo", del sociólogo Alberto Adrianzén.

La “transición inconclusa”. (Martín Tanaka). La República. 24/01/2010.

“La transición inconclusa” y Humala. (Martín Tanaka). La República. 31/01/2010.

Crítica a los críticos. (Alberto Adrianzén). La República. 06/02/2010.

"Crítica a los críticos" de Alberto Adrianzén. (Martín Tanaka). Blog Virtù e Fortuna. 10/02/2010.

Transiciones y partidos. (Alberto Adrianzén). La República. 13/02/2010.

De los principios a las políticas. (Martín Tanaka). La República. 14/02/2010.

A propósito del caudillismo. (Alberto Adrianzén). La República. 20/02/2010.

Libro: "Demócratas precarios. Élites y debilidad democrática en el Perú y América Latina" de Eduardo Dargent Bocanegra.

DEMÓCRATAS PRECARIOS. ÉLITES Y DEBILIDAD DEMOCRÁTICA EN EL PERÚ Y AMÉRICA LATINA

Autor(es): DARGENT BOCANEGRA, Eduardo

Reseña: Dargent sostiene como tesis principal que en el Perú y en varios estados de América Latina, a pesar de la permanencia de la democracia desde los años setenta y ochenta, las élites de derecha y de izquierda subordinan su compromiso con la democracia liberal a sus intereses de corto y mediano plazo. Por ello, cuando las élites de ambos lados del espectro político perciban que un gobierno con tendencias autoritarias está dispuesto a favorecer sus intereses, traicionarán la democracia y apoyarán estas medidas autocráticas. Al contrario, las élites amenazadas por un gobierno no democrático sí valorarán la democracia liberal y utilizarán sus recursos para defenderse, si se encuentran en una posición de debilidad. El autor llama a estas élites demócratas precarios.


Contenido: Introducción
Capítulo I Una región de demócratas precarios
Capítulo II ¿Democracias más consolidadas que precarias?
Capítulo III ¿Élites democráticas?
Capítulo IV Perú 1980-2008
Capítulo V Sociedad, Estado y élites en América Latina
Conclusión ¿Exorcizando a los demócratas precarios?
Bibliografía

Fuente: IEP (Instituto de Estudios Peruanos).
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Recomendado:

Entrevista/Eduardo Dargent. “Las élites subordinan su compromiso democrático a sus intereses de corto plazo”

Libro "Cuentos feos de la reforma agraria" de Enrique Mayer.

COMENTARIOS A LOS CUENTOS FEOS DE ENRIQUE MAYER

Reseña por Héctor Béjar*

Mayer, Enrique. Cuentos feos de la reforma agraria peruana. Lima: IEP: CEPES, 2009.

A la memoria de Guillermo Figallo Adrianzén

Este año 2009, en que se publica Cuentos feos de la reforma agraria peruana del economista y antropólogo Enrique Mayer, se cumplen 40 años de la promulgación de la ley 17716 de reforma agraria, y se cumplen en medio del silencio; quizá porque, como ocurre con algunas personas, los grupos dominantes envían al subconsciente sus temores, remordimientos y miedos más profundos. Eso sucede con las transformaciones inesperadas y traumáticas que afectan el modo de vida, los intereses y las convicciones de los que tienen poder, propiedad, orgullo o dinero. El silencio de hoy a los cuarenta años de la Reforma Agraria es la mejor demostración de su importancia. La movilización de los pueblos indígenas desde la Amazonía, los Andes y las regiones hace pocas semanas dice bien de cuánto hemos cambiado desde junio de 1969 y cuánto no han cambiado quienes, hoy como ayer, responden a las protestas con amenazas, descalificaciones, prisiones y hasta con balas y sangre.

El general Velasco, que había tomado el poder por un golpe de estado apenas ocho meses antes, decía en su discurso de promulgación de la ley de reforma agraria, aquel 24 de junio de 1969, con voz enronquecida por el excesivo uso de cigarrillos negros:

Compatriotas:
Este es un día histórico. Y bien vale que todos seamos plenamente conscientes de su significado más profundo. Hoy día el Gobierno Revolucionario ha promulgado la Ley de la Reforma Agraria, y al hacerlo ha entregado al país el más vital instrumento de su transformación y desarrollo. La historia marcará este 24 de junio como el comienzo de un proceso irreversible que sentará las bases de una grandeza nacional auténtica, es decir, de una grandeza cimentada en la justicia social y en la participación real del pueblo en la riqueza y en el destino de la patria.


Recordemos el Artículo 2° de aquella ley:

La Reforma Agraria como instrumento transformador formará parte de la política nacional de desarrollo y estará íntimamente relacionada con las acciones planificadas del Estado en otros campos esenciales para la promoción de las poblaciones rurales del país, tales como la organización de una Escuela Rural efectiva, la asistencia técnica generalizada, los mecanismos de crédito, las investigaciones agropecuarias, el desarrollo de recursos naturales, la política de urbanización, el desarrollo industrial, la expansión del sistema nacional de salud y los mecanismos estatales de comercialización, entre otros.

Transcribo este artículo para recordar que, en la mentalidad de sus iniciadores, la reforma agraria formaba parte un proceso integral de transformación del país. Era un eslabón de una cadena de reformas que no se llegó a realizar; y, como tal, no puede ser explicada encerrándola dentro de su ámbito. Como se la ha criticado por su presunto colectivismo al buscar economías de escala organizando gigantescas empresas, vale la pena recordar que las Cooperativas Agrarias de Producción (CAP) o las Sociedades Agrícolas de Interés Social (SAIS) eran, en efecto, prioritarias. Sin embargo, se decía expresamente en la ley que tanto la mediana propiedad como la pequeña propiedad serían respetadas y apoyadas.

Estamos ahora frente a los cuentos feos de esa reforma, contados por Enrique Mayer. Según mi opinión se trata, deliberadamente, del relato personal de otros relatos. Mayer también se siente tocado por la reforma, por razones familiares y profesionales, y por su identificación con el país. Él, como otros antropólogos y científicos sociales de la época y de antes de la reforma, es también un personaje y no puede sustraerse al examen. Es analista; pero debe ser analizado y uno puede seguir sus sentimientos, agrados, asombros y malestares, nostalgias y angustias, a lo largo del texto. Su libro es una confesión colectiva; centra su enfoque en los relatos de las personas que la reforma afectó de distintas maneras. Pero es él quien elige y cuenta lo que otros cuentan.

Cuentos feos de la reforma agraria. Desfilan Mallares, Cahuide, Túpac Amaru, Antapampa, como proyectos, creaciones humanas; Piura, Cusco, Junín, Andahuaylas como escenarios. Hablan los hacendados despojados, los administradores fracasados a pesar suyo, como el de Mallares, que hicieron lo posible por salvar la situación y fueron derrotados por la fuerza de las circunstancias; los gerentes como Max Gamarra de la SAIS Túpac Amaru, que resistieron hasta el final. Los líderes campesinos que dividieron las empresas: Esteban Puma, Germán Gutiérrez. Admitámoslo: es difícil encontrar espacio suficiente para que hablen todos, incluyendo a los autores de los diseños empresariales, aquellos que redactaron la ley, los funcionarios de la reforma agraria o del Sistema Nacional de Movilización Social (SINAMOS), los líderes campesinos que estuvieron contra la parcelación; o quienes tuvieron que aceptarla contra su voluntad. Por eso tenemos, a través del texto, una imagen muy detallada de una parte del proceso, pero no de la totalidad. ¿Se puede pedir todo o, al menos, una visión integral? Como Mayer dice, está pendiente de hacer la historia completa.

Digamos entonces, para empezar, que esta es una historia parcial. De alguna manera es un desfile de las imágenes que cada quien ha trazado de su adversario, a veces para justificar psicológicamente su propia conducta ante sí mismo y ante los demás.

Como lo dice en su prólogo, Mayer trata de superar las abstracciones del estructuralismo y el marxismo y sale de cualquier pretensión de ciencia pura; pero, nuestra primera impresión es que las fuentes basadas en las personas no son menos dudosas que el cientificismo abstracto porque nos trasmiten subjetividades, sentimientos, heridas que son además demasiado recientes para haber sido procesadas por el tiempo. Nos encontramos entonces frente al problema de la parcialidad o imparcialidad, la pasión aún existente en quienes reprochan, olvidan o silencian.

Y aquí surgen mis primeras preguntas. Pancho Guerra y Hugo Neira, uno es entrevistado y el otro es mencionado. Ambos estuvieron en el SINAMOS, venían de la universidad y del periodismo, pero también en cierta manera, de la política. Estuvieron en la institución más discutida y atacada de lo que llamábamos “el proceso”: el SINAMOS. Pero ¿por qué no Guillermo Figallo, Benjamín Samanez Concha o José Matos Mar? Los dos primeros fueron, uno en las afectaciones y expropiaciones y el otro en la parte legal, los hombres clave de la reforma. Matos Mar, que estuvo estrechamente vinculado al gobierno militar, fue el antropólogo que nos dio la imagen más cercana de lo que sucedía en el campo antes de la reforma. Samanez Concha o Figallo hubieran podido decir por qué y cómo se decidió. Betty Gonzales, la trabajadora de Huando. ¿Y por qué no Zósimo Torres, autor además de una excelente autocrítica de su rol en aquel tiempo, o Pablo Torres? Esteban Puma, de Anta. ¿Y por qué no Vladimiro Valer, activista estudiantil, primero organizador como muchos otros jóvenes cusqueños de los sindicatos campesinos y después constructor de la Federación Agraria Revolucionaria Túpac Amaru Cusco (FARTAC) desde el SINAMOS del Cusco; promotor de la mayor manifestación indígena que recuerde la historia cusqueña cuando millares de campesinos antes marginados y apartados, como el mismo Mayer cuenta, tomaron prácticamente la histórica plaza de armas el 4 de abril de 1974 para celebrar la fundación de la FARTAC? Por supuesto, Mayer tiene el legítimo derecho de elegir. Claro, ellos y otros habrían contado los cuentos lindos, o bellos, o complejos, o como se los llame. Probablemente habrían contado también los problemas, las deficiencias, las limitaciones históricas y los errores, la esperanza y la desesperanza de quienes participaron en el proceso, no de quienes se enfrentaron a él.

Mi otra impresión es que el libro de Mayer también podría llamarse Cuentos feos de la contrarreforma agraria. Porque se refiere más a los tiempos posteriores a 1975, después de la caída de Velasco, después que el general fuera puesto contra la pared por el informe de las fuerzas armadas sobre la reforma agraria que en 1975 recogió todas las quejas de los expropiados, las hizo suyas y constituyó el primer paso para el golpe militar contrarrevolucionario de agosto de ese año. Porque lo que se conoce poco es la resistencia interna que los afectados por la reforma hicieron dentro del régimen, aprovechando sus estrechas vinculaciones con oficiales de las fuerzas armadas, desde el mismo comienzo, pero cada vez más, a medida que el proceso avanzaba y propiedades menores en la costa central y la sierra, eran afectadas. Esposas, familiares, amigos de altos y medianos oficiales de las tres armas tenían parientes o eran ellos mismos perjudicados. Una permanente tensión interna pasaba por el servicio de inteligencia y llegaba al mismo Consejo de Ministros donde Velasco, basado en las prolijas informaciones de la Dirección de Reforma Agraria a cargo de Samanez Concha, decidía a favor de los campesinos; y arriesgaba todos los días, en beneficio de ellos, el apoyo militar que tanto necesitaba. Debo decir que esos años me enseñaron a apreciar el coraje y la entereza de quienes defienden decisiones que tienen que ver con su entorno más cercano. Es distinto hacer oídos sordos a un pariente a hacer discursos en la plaza pública contra un abstracto enemigo de clase. Era el peso de la justicia que ganaba las voluntades de las gentes honestas de aquel tiempo, quienes querían de verdad un país más justo y mejor. Entre los cuentos lindos de la reforma agraria está la experiencia diaria de los militares de alta y baja graduación que, como Velasco, descubrieron su identificación con el pueblo. Y eso no sucedió solamente con el ejército. Tuvimos jóvenes que ayudaron, aliados al movimiento campesino, a la expropiación de los bienes de sus propias familias. O las personalidades como don Edgardo Seoane, quien entregó el fundo de la familia a la reforma agraria. No todo fue fracaso y desesperanza; fue también ilusión, utopía y cambio de actitud personal, sentirse recompensado solo por la bondad de la propia acción. Creo que fue la única vez en que se sintió que había un partir de aguas entre un pasado de abusos y un futuro que se quería fuese de justicia, en el mismo seno del poder.

Pero, finalmente, el cerco se cerró y podemos decir que la reforma agraria había terminado el 29 de agosto de 1975; y que hasta hoy, en que ha empezado otro proceso de reconcentración de tierras, no tuvimos otra cosa que 34 años de contrarreforma agraria que borraron los seis de reforma inicial. La historia no ha terminado, ha vuelto a empezar.

Uno podría aplicar un zoom que se acerca y se aleja de los acontecimientos. Si nos aproximamos tomamos el corto plazo, pero las causas y consecuencias históricas, los antecedentes que explican los acontecimientos y los efectos que permiten hacer el balance, se nos escapan. Si nos alejamos, perdemos los detalles que nos ayudan a entender la situación. Necesitamos ambas distancias. Mayer usa la lupa parcial del antropólogo, pero no el lente del sociólogo y menos el telescopio del historiador. No es su culpa. Lo que pasa es que el balance está pendiente.

En el gran zoom de los siglos vemos desfilar sucesivamente los ayllus precolombinos, las reducciones coloniales, las composiciones de tierras, los decretos de Bolívar, vemos formarse las haciendas republicanas. Entonces así, a una distancia interplanetaria, la reforma agraria de 1969 marca la división entre dos etapas: la de la servidumbre y condición disminuida del indio en una etapa y la de la libertad, en la otra. Pero tenemos la obligación de decir que, aunque los poetas le canten y sea ella misma una bella palabra, la libertad nunca fue hermosa, tiene también sus cuentos feos. Los tuvo la manumisión de los esclavos y la abolición de la esclavitud; aquí y en todas partes, todas las revoluciones causaron destrucciones, retrocesos, estropicios y violencias inútiles que, frecuentemente, acabaron con los propios libertadores. Por supuesto que eso no nos justifica. Pero la libertad no es otra cosa que un desafío a decidir, no trae necesariamente ni bonanza ni bienestar y menos riqueza, sino nuevas obligaciones y tareas más complejas. Aquí la libertad de los siervos, pongos, yanaconas y comuneros produjo migrantes desarraigados, pobres urbanos, pequeños empresarios, minifundistas libres o agricultores angustiados. También produjo un nuevo tipo de miseria extrema y anómica que antes no teníamos. El régimen de hacienda ha desaparecido, pero ha sido reemplazado por otros regímenes de dominación. La lucha por la libertad nunca termina. Por eso algunas constituciones y entre ellas la peruana de 1979, dicen que la reforma agraria es un proceso permanente.

Se trata de que el crecimiento de la población no es acompañado de un crecimiento de las tierras cultivables ni de las aguas disponibles. La tierra y el agua siguen siendo en el Perú bienes escasos. Y entonces, la única solución racional es la gran propiedad que acumule y distribuya no tierra sino beneficios. En manos de los hacendados, el trabajo gratuito semiesclavo y diversas formas de explotación, eran funcionales a un sistema que necesitaba costos bajos. Era el hacendado el que concentraba aunque no siempre acumulaba, sobre todo en el agro tradicional. Bajo la forma colectiva, son los trabajadores los que deben cooperar y administrar. Los costos aumentan con los derechos: la libertad y la justicia son caras. Por eso, esa fórmula, siendo racional y justa, no resultaba histórica a no ser que todo un conjunto de elementos sociales y culturales la acompañaran. Chocaba con los egoísmos humanos, la falta de educación, el retraso técnico. Los campesinos querían parcelar porque para ellos la justicia estaba en un pedazo de tierra. No tenían todavía idea de los bienes públicos como concepto y realidad sino apenas habían hecho la experiencia del trabajo comunal, inevitable para subsistir. Preferían la aparente seguridad del minifundio. Pero el minifundio asegura la pobreza. Los campesinos fueron héroes para los indigenistas y los izquierdistas en cuanto eran pobres y víctimas de la explotación. Pero eso no los convertía en buenos y solidarios. El hecho de ser pobres y explotados no los hacía necesariamente agentes de cambio, y eso se vio cuando solo en casos muy aislados pudieron trabajar colectivamente en nombre de un bien común. Tendieron a la división y eso podía prolongarse hasta el infinito, hasta la pulverización misma de la tierra. Detrás del fracaso de las fórmulas asociativas está el desencuentro entre los diseñadores idealistas, los funcionarios realistas y los campesinos desconfiados que necesitan y quieren lo prometido ahora, no para más tarde ni mañana.

Y esto en relación con la tierra, esconde un problema fundamental que los peruanos como muchos otros asuntos, no nos atrevemos ni a mencionar. Si en el Perú el problema de la tierra no tiene solución a través de la creación de grandes empresas estatales o cooperativas, porque demandan un tipo de funcionarios, de trabajadores o de Estado que pueden existir en la teoría, pero es posible que nunca existan en la práctica, tampoco la distribución física es una solución porque nos lleva a la generalización de la pobreza y a la reconcentración de la propiedad para la reproducción de más abusos e injusticias. En realidad, aceptémoslo: es un absurdo que la tierra deba pertenecer a alguien que traza sus linderos excluyentes, sea la propiedad pequeña o grande, cuando la tierra no alcanza para todos. Como el agua y el aire, la tierra debería ser un bien público y pertenecer a todos los peruanos y peruanas en uso racional y profesional, técnicamente sustentado para quienes quieran vivir de ella y en ella. Debería ser dada en uso a quienes puedan usarla con justicia y eficiencia. Pero ese es otro cantar.

En realidad, recurriendo al telescopio y dejando la lupa, estamos hablando de una sucesión de despojos. Primero, el gran despojo conquistador contra las poblaciones precolombinas. Luego, el despojo de los indios por los hacendados. La negación de los derechos de los campesinos eventuales por los estables. La corrosión de las cooperativas por sus propios socios. La parcelación. La reconcentración de los fundos medianos. Falta el proceso posterior: la reconcentración de la tierra por los exportadores y los bancos.

De toda esa secuencia, la reforma agraria de Velasco es vista como un intento irreal de manejar colectivamente la tierra, que choca con los intereses pequeños pero concretos de los campesinos y perece cuando estos son liderados por la izquierda antivelasquista. El libro nos deja la amarga visión de gente que, al pretender combatir a la burocracia y el militarismo, entró con entusiasmo a destruir las cooperativas y las SAIS. Pero no tuvo ni ideas ni proyecto ni recursos suficientes para hacer frente a la caótica situación creada. Y abandonó a los campesinos a su suerte, luego de utilizarlos políticamente para su fugaz éxito electoral en la Constituyente. A eso siguió, para sorpresa de la izquierda, según dice García Sayán citado por Mayer, la desmovilización de las federaciones campesinas que habían sido organizadas al calor de la agitación. La moraleja es: los campesinos usaron a la izquierda para conseguir las fracciones de tierras que anhelaban con justicia; y después, le dieron la espalda. Y la izquierda usó a los campesinos para sus éxitos partidarios y electorales y después, los abandonó. Fue un matrimonio temporal y de conveniencia, no una alianza histórica. En Junín y Andahuaylas después vino Sendero. Y a la destrucción de las cooperativas siguió el asesinato selectivo de los dirigentes, promovidos como consecuencia de la reforma agraria, incluidos los alcaldes campesinos. En vez de abrir grandes proyectos comunes que utilizaran, en el buen sentido del término, el espacio abierto por Velasco para nuevas alternativas políticas democráticas, políticamente integradoras, el apoyo popular fue parcelado en beneficio del minifundismo político. Y así, mientras la gran propiedad de nuevo tipo (primero por la vía de proyectos empresariales capitalistas y luego bancaria, exportadora, para biocombustibles, soya, etc.) retornó al campo, así también, corroído el apoyo popular a los militares revolucionarios, no quedaba otra cosa que el retorno a la gran propiedad política de la derecha, vía la “democracia” excluyente de siempre.

En realidad, una reforma agraria socialmente justa y técnicamente eficiente es un resultado de la conciencia colectiva, del respeto por los bienes públicos y de la concreción de la ciudadanía. La idea de la existencia de los bienes públicos, cuya necesidad no es entendida aún hoy, pero de la que depende cualquier proyecto democrático. Si no, el país depende de un precario balance de egoísmos e intereses en los cuales predominan siempre los más poderosos o los más avezados.

Una antropología progresista, pero dominada por los criterios, las categorías y los métodos de Cornell; una sociología estructuralista y parsoniana; una economía cepalina puramente estatista cuando no conservadora; unos ingenieros educados para administrar haciendas pero no empresas asociativas; unos campesinos que habían luchado contra el gamonalismo pero anhelaban solo tierra. Y una izquierda presa de distintas formas de resentimiento y egoísmo, no eran los agentes sociales más adecuados para producir el tipo de reforma justa en derechos, eficiente en rentabilidad que todos hubiéramos querido, cuando vemos las cosas desde hoy. La autogestión, la sociedad civil, los derechos humanos, la ciudadanía, la democracia directa eran todavía ideas iniciales. Se requiere ubicar aquellos hechos en su contexto. Algo que hemos aprendido también en los últimos años es que los procesos sociales se dan a la manera de su tiempo y hay que juzgarlos en esa medida.

Un nuevo esquema de propiedad, tenencia y producción deberá gestarse en el futuro como resultado de fuertes tensiones, pulseos de poder y enfrentamientos. Pero ahora ya no son poderosos gamonales enfrentados con indefensos campesinos. Los poderes populares de diversos tipos siguen creciendo y planteando nuevos desafíos. Ahora están enfrentándose a los nuevos conquistadores transnacionales, exigiendo negociar con los ministros, paralizando las ciudades y cortando las carreteras. La realidad ha cambiado. La reforma agraria ha fortalecido al campesinado, dice Mayer, cuando se pensaba que desaparecería. Ahí están sus hijos y sus nietos. Desde luego, probablemente el nuevo país que surge no guste a idealistas y utópicos como nosotros. Pero es y será distinto.

Y ahora algunas amables anotaciones finales.

Me permito discrepar con Enrique Mayer en parte de sus conclusiones cuando dice:

Lamentablemente la utopía tecnocrática de Velasco fue anodina, mal definida y desabrida. En la acción se alimentó más de la venganza y el odio que en la construcción de un mañana de solidaridad (…). Los lugartenientes de Velasco solo ejecutaron planes fríos sin contenido emocional o sin una imaginativa visión de las cosas que están por venir. Del mismo modo, el líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, nunca esbozó cómo sería su “estado de una nueva democracia”. Ambas fueron revoluciones sin humor, ambas se alimentaron de odio y ambos definieron enemigos de clase (Pág. 330).

Por lo menos para mí, sobran comentarios.


Segunda observación. Ese otro exilado brasileño, un amigable matemático cuyo trabajo, me dijeron, era construir un modelo matemático de la revolución peruana (pág.71) era probablemente Oscar Varsavsky, físico y científico argentino, gran latinoamericano, que formuló algunos de los primeros modelos matemáticos aplicados desde las ciencias sociales a los procesos de cambio.


Y la observación final. El autor del calificativo ogro filantrópico (pág. 330) refiriéndose al Estado, no es Julio Cotler sino Octavio Paz. Octavio Paz llamaba al Estado mexicano "el ogro filantrópico". Es el título de su libro escrito en 1979 y editado por Seix Barral.

En resumen, un libro complejo. Una contribución a la comprensión de la reforma agraria. Necesariamente parcial. Parte de un gran balance que todavía está pendiente. ¿Lo tendremos alguna vez?

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* Candidato al doctorado en Sociología por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Investigador social del Centro de Estudios para el Desarrollo y la Participación (CEDEP). Director de la Revista Socialismo y Participación. Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Este texto es una adaptación de la presentación del libro, realizada el 24 de julio del 2009 en La Feria Internacional del Libro de Lima (FIL).

Fuente: Revista Argumentos. IEP Año 3, N°5, noviembre 2009.

Recomendados:

Entrevista a Enrique Mayer sobre la más reciente publicación del IEP y CEPES “Cuentos feos de la reforma agraria”

Entrevista al antropólogo peruano Enrique Mayer, profesor de la Universidad de Yale y experto en economía rural.

"Cambio de Palabras", libro de entrevistas de César Hildebrandt.

Palabras de anoche (*)

César Hildebrandt (Periodista)

Después de escuchar a César Lévano y a Pedro Salinas, lo mejor sería que hiciera lo que a Hugo Chávez no le dio la gana de hacer ante la exigencia borbónica del rey Juan Carlos. Pero los organizadores de esta presentación me demandarán si no digo algo.

Así que empezaré diciendo que agradezco a Tierra Nueva Editores, una editorial loretana, haber recordado que existía un libro llamado “Cambio de Palabras”, un libro agotado al punto de circular en fotocopias, un libro de entrevistas que hoy conoce esta segunda y aumentada edición, la que incorpora entrevistas que debieron de estar en la primera versión y alguna que otra realizada después de esa primera publicación.

Entre las novedades de esta edición están las entrevistas a Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Manuel Scorza y Javier Valle Riestra. Y los editores han incluido, por su cuenta y riesgo, una entrevista que me hiciera Reynaldo Naranjo para sus “Talleres de Comunicación”, una entrevista que tomó la forma de un monólogo predicador al que Naranjo y José María Salcedo titularon, a mis espaldas, “El estilo Hildebrandt”, sea lo que fuere lo que esa frase quiera decir.

Ahora, déjenme decir algo sobre las entrevistas, que es el tema que nos reúne esta noche.

La entrevista consiste en hacer que el otro diga lo que no debió decir.

O en hacer que recuerde lo que no está dispuesto a recordar por placer.

O en empujar al otro a una respuesta que contradiga una tesis anterior sostenida por la víctima en una revista que tuvimos que rebuscar.

De tal modo que la entrevista es, como habrán visto, un pariente pobre del sadismo, un sustituto pálido del poder y un premio consuelo de la autoridad.

Algo o mucho debo de tener, por lo tanto, de sádico, de amante del poder y de autoritario. Y si los que me quieren no me creen, pregúntenle a quienes no me quieren y ya verán.

Y, sin embargo, las entrevistas que más me gustó hacer fueron aquellas que hice con el fervor de un cómplice. Es decir, aquellas donde nada tuve de sádico ni de amante del poder ni de autoritario.

Y veo que, de alguna manera, todas esas entrevistas entrañables tuvieron que ver con la literatura, el viejo amor al que le puse cuernos desde el primer día en que pisé una redacción.

Cuando era un lector maniaco, cuando era un adolescente maniaco leyendo diez horas diarias, siempre me soñé escribiendo en un garaje lleno de gatos y puchos de cigarrillo.

La vida me quiso, más bien, en una casa sin gatos pero con perros y con los puchos de cigarrillo de Rebeca. Porque es cierto que el hombre propone y los puchos son los que disponen.

Esas entrevistas beligerantes se cotizaron siempre más alto que las amables. Pero yo, en secreto, prefería las amables.

Y las prefería porque en ellas no se perseguía encontrar la verdad, ni descifrar un pasado, ni mapear el zigzag de una vida ni bucear en la historia de un partido o de una época.

En ellas no se perseguía nada sino que lo que se quería era tocar a dúo alguna improvisación, tocar al alimón alguna melodía que el tiempo haría irrepetible.

Con Juan Gonzalo Rose, el adagio más ronco; con Borges, el allegro de su cinismo; con Bryce, alguna opereta de Offenbach.

En esta edición depurada han sido suprimidas algunas entrevistas duplicadas y otras a las que los años habían cubierto de maleza.

Quedan, pues, en lo que a política se refiere, los testimonios de quienes encarnaron y encauzaron la política peruana del siglo XX.

Allí está Haya de la Torre, de quien recuerdo su casa mucho más pobre que rica, su persistencia en el error, sus brillos de interlocutor impaciente, y sus perros chuscos (sin alusiones contemporáneas) al cuidado de Jorge Idiáquez.

Allí está don Jorge del Prado, a quien jamás pude imaginar juvenil y desde cuya voz cascada salían eslóganes y grandiosos mitos que a mí me sonaban a juicios de Moscú.

Allí está Fernando Belaunde Terry, quien jamás me volvió a hablar después de esa entrevista, que consideró insolente e impropia.

Pero están también el entrañable y dignísimo Andrés Townsend Ezcurra, Héctor Cornejo Chávez, Pedro Beltrán Espantoso, Armando Villanueva, Hugo Blanco, Luis Alberto Sánchez, Pablo Macera, Luis Bedoya Reyes, Enrique Chirinos Soto, Julio Cotler, Leonidas Rodríguez Figueroa o Alfonso Barrantes Lingán.

También está en estas páginas, retratado para la posteridad que tanto amó, don Luis Miró Quesada de la Guerra, el fundador de “El Comercio” moderno y el hombre que guió al periódico a luchar en contra de la International Petroleum Company -sucesora de la Standard Oil Company, propiedad de los Rockefeller-, y a enfrentarse a la derecha fisiocrática que encarnaban “La Prensa” y sus mentores.

Después de leer esta lista de personajes entrevistados, nadie puede negar que lo que aquí se presenta es más que un libro. “Cambio de Palabras, segunda edición”, es, casi en su totalidad, un cementerio, un panteón de próceres, una sesión de espiritismo.

Es una lástima que estos muertos ilustres hayan muerto de modo tan intestado. De la izquierda de Barrantes, que estuvo a punto de llegar al poder, quedan sólo deberes que cumplir (y que espero que nadie quiera cumplir hasta el último cartucho).

De don Fernando Belaunde quedó una sigla, un hijo liberal, varios sobrinos, pero ningún partido. De ese prodigio de parlamentario y polemista que fue Héctor Cornejo Chávez sólo queda el reconocimiento perecedero de quienes lo escucharon. Y no quiero decir qué ha quedado de don Pablo Macera porque de eso se encargarán los años y ojalá que la compasión.

De los entrevistados en este libro-mausoleo, el único muerto intestado que dejó un partido y varias ferocidades en disputa, fue Haya de la Torre. Hoy, tras la muerte o la jubilación de los primeros combatientes, el albacea de Haya ha vendido las joyas de la abuela, la caja de laca japonesa, lo poco de antiimperialismo que quedaba, Collique y el Pentagonito, y gobierna con los hijos y nietos de quienes acusaron a su líder de narcotraficante y terrorista.

Alguien puede preguntarse por qué no hay una entrevista al doctor Alan García en este libro.

La respuesta es sencilla: porque el doctor García sólo concede entrevistas a quienes invita a Palacio para tomar el té.

Además, hay razones de otra índole. Los discursos del doctor García son tan variados y encontrados, tan contradictorios y simultáneos, que hacerle una entrevista sería una hazaña comparable a la de tirarle un dardo inmovilizador a un puma en acción.

Porque, ¿a qué García entrevistaría un periodista independiente que no fuese a Palacio a recordarle lo buenmozo e inteligente que es?

¿Entrevistaría al García proletario, al García-amigo-de-Pepe-Graña, al García de la CADE o al anpitucos, al que no cree en el Estado o al que inyecta diez mil millones de soles estatales en la economía, al García electoral del cambio o al García cambiado de la Presidencia?

De modo que este libro no ha incluido una entrevista al doctor García. Están, más bien, todos los que pueden explicar el porqué estamos como estamos y el porqué estos lodos vienen de esas polvaredas.

Por último, quiero referirme al silencio con el que este libro ha sido y será recibido. Con excepción de la revista “Caretas”, donde nacieron estas entrevistas, y de “La Primera”, que dirige don César Lévano –un especialista en el Mariátegui que todos apreciamos-, todas las demás coleguerías se han callado y habrán de callarse.

Quiero decir, con toda honestidad, que a lo largo de estos años he hecho todo lo posible por ganarme esos silencios.

Es más: soy autor de ese silencio. He construido a pulso ese silencio. Y, de algún modo, me enorgullece ese silencio que siento más estruendoso y más reconfortante que cualquier aplauso.

Muchas gracias.

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(*) Palabras dichas anoche en la presentación de la segunda edición, corregida y aumentada, de “Cambio de Palabras”. Los comentarios estuvieron a cargo de César Lévano, cuya generosidad intelectual jamás podré agradecer debidamente, y de Pedro Salinas, uno de los pocos periodistas y escritores que admiten que la amistad y el mutuo respeto pueden sobrevivir a las diferencias.
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Fuente: Diario La Primera. 12 de Diciembre del 2008.

¡Usted fue aprista! Bases para una historia crítica del Apra.

Historia de una involución

Por Sinesio López Jiménez (Sociólogo)

En la vida larga y compleja del Apra, el libro de Nelson Manrique (¡Ud. fue aprista! Bases para una historia crítica del Apra, Fondo Editorial de la PUCP, 2009) llena un vacío en el campo del conocimiento histórico y político. Se han escrito muchos libros sobre diversos aspectos del Apra, pero faltaba uno sobre su trayectoria (1930-1979). Para analizarla Manrique se mueve entre la historia y la sociología histórica comparada, combinación que le permite vincular los actores y los acontecimientos con las clases sociales y con los procesos y las estructuras de mediana duración en diversas etapas de la historia peruana. El libro presenta un análisis muy fino de las complicadas y a veces conflictivas relaciones de Haya con el estado mayor del Apra (especialmente con Sánchez y Seoane) y con los militantes en lucha política abierta con la oligarquía y el Ejército (aliados del imperialismo en la primera etapa).

Esta lucha se libró en tres etapas claramente diferenciadas: la gran confrontación (1930-1956), la alianza con la oligarquía (1956-1968) y la revolución militar de Velasco (1968-1979). En las tres etapas Haya y el Apra utilizaron programas y estrategias políticas relativamente diferenciadas. En la primera etapa, Haya desplegó un programa revolucionario antiimperialista y una estrategia que se movía entre el juego electoral, la insurrección y el golpe y en algunas coyunturas apeló a las tres cosas al mismo tiempo. La oligarquía y el Ejército, en cambio, jugaron siempre al golpe y, cuando se abrieron a los procesos electorales, excluyeron a la mayoría de la población, al Apra y al comunismo. Esta es la etapa de las involuciones precoces y de las ambigüedades tempranas de Haya. Sin cambios profundos en la situación, pasó de la revolución a la involución.

En la segunda etapa, Haya pudo replantear las reformas antioligárquicas dentro de cauces democráticos, pero se asustó ante el desafío, retrocedió y se comprometió con la oligarquía dando lugar a la Convivencia (1956) y a la Coalición con Odría (1963). El clima político era, sin embargo, propicio para realizar profundos cambios antioligárquicos: el gamonalismo estaba al borde del colapso, la oligarquía estaba aislada, el Ejército y la Iglesia apostaron a las reformas antioligárquicas, los nuevos partidos (AP, DC y MSP) planteaban cambios profundos y los movimientos campesinos, proletarios y de clases medias presionaban en la misma dirección.

En la tercera etapa, los militares hicieron lo que el Apra pensó y fue incapaz de realizar. Los apristas se limitaron a reivindicar la autoría programática de las reformas y a exigir una salida democrática. Las reformas radicales del velasquismo acabaron con la oligarquía y el gamonalismo pero dejaron intacto “el terreno de las subjetividades”: la cultura (el racismo, pese al bilingüismo que postuló), la política (hibernación de los partidos, desmovilización social, inefectividad legal e ineficacia burocrática del Estado). Sólo un movimiento catártico de masas hubiera resuelto este problema.

A cada una de estas etapas corresponden contextos estructurales específicos. La primera se encuadró en un país agrominero exportador (rural, incomunicado, con limitada movilización mesocrática y proletaria, sin ciudadanía, sin sociedad civil y con un Estado meramente coercitivo); la segunda, en un país en proceso de industrialización, con crecientes protestas sociales y con una vasta movilización social (urbanización, boom educativo, difusión creciente de los medios, migraciones intensas, extensión de la ciudadanía, etc.); la tercera, de emergencia de los primeros desequilibrios de la ISI, de crisis y fragmentación de los partidos, etc. El libro de Manrique es la historia de una involución que los apristas niegan, los izquierdistas critican y los derechistas celebran. Es un libro polémico que será valorado de diversa manera.

Fuente: Diario La República. Viernes 04 de diciembre del 2009.
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