sábado, 27 de noviembre de 2010

Libro Soldados de la República. Guerra, Correspondencia y Memoria en el Perú (1830-1844).

Soldados de la República

Por: Alberto Adrianzén (Sociólogo)

Gracias al Fondo Editorial del Congreso y al Instituto Riva Agüero de la PUCP, hace unas semanas salió publicado el libro: Soldados de la República. Guerra, Correspondencia y Memoria en el Perú (1830-1844), cuyos autores son los historiadores Carmen Mc Evoy y José Luis Rénique. El libro (dos tomos) da cuenta de la correspondencia de los principales militares en los primeros años de la república: Agustín Gamarra, José de Orbegoso, Andrés Santa Cruz, Domingo Nieto, Ramón Castilla, así como de las cartas de diversos personajes civiles y militares tanto a Orbegoso como a Nieto. El trabajo de Mc Evoy y Rénique es muy importante porque permite conocer lo que pensaban estos personajes y porque representa un nuevo enfoque sobre ese periodo de nuestra historia, más conocido como los años de la anarquía.

Basadre en su libro Perú: problema y posibilidad cuando se refiere a esa época nos habla de pronunciamientos, de actas o documentos, de proclamas o comunicados de los caudillos o jefes, de partes o relatos oficiales sobre el curso y resultados de los combates y batallas (p. 24, Biblioteca Ayacucho), pero nada nos dice de esas cartas. Por eso la primera novedad que contiene este libro son las cartas mismas que dan luz no solo sobre la complejidad de esos años sino también sobre los personajes.

La otra novedad, es el nuevo enfoque que plantea Carmen Mc Evoy en el Estudio Preliminar, que supone la superación de una visión que nos dice que ese periodo fue, digamos, pura anarquía: “si bien ya no es posible afirmar –como lo hizo en su momento Francisco García Calderón– que los años que sucedieron a la independencia carecen de una historia estructurada, todavía seguimos atrapados en una trampa conceptual llamada Anarquía” (p.36), para añadir luego: “sostengo que para clarificar la dinámica interna de esa nebulosa denominada anarquía es necesario analizar el proceso mediante el cual los militares fueron incorporados a la tradición republicana y cómo dicha inclusión modela su universo mental y accionar político (pp.38-39).

Para Mc Evoy esos años no fueron pura anarquía sino más bien una etapa de lucha, de política intensa y de búsqueda por crear el Estado peruano. No estamos frente a simples caudillos militares ambiciosos y sin idea políticas, sino frente a militares que buscaban, muchos de ellos imbuidos de un espíritu republicano, construir el Estado y poner fin, incluso, a lo que podemos llamar el “militarismo”. En realidad, casi todos ellos, finalmente, buscaban construir una patria. Ello no implica desconocer el caudillismo militar (comprensible luego de varios años de luchas y guerras por la independencia) sino más bien reconocer que hay que ir más allá de ese mismo caudillismo y de la trampa conceptual llamada anarquía.

Lo que nos plantea Mc Evoy es que el Estado peruano se construyó en medio y gracias a las guerras de esos años. Dicho de otra manera: la violencia –como ha sucedido en otros países– es la manera en que se constituyen los Estados. En este contexto la trampa conceptual llamada anarquía es tal en la medida que nos conduce, por contraposición a la idea de anarquía, a pensar que es posible construir un Estado sin conflictos y sin violencia, es decir, sin política. Es la famosa “promesa de la vida peruana” que al rechazar ese periodo por “anárquico” y “negativo”, termina por excluir –y esto no es una apología– a la violencia y a los conflictos en el proceso de constitución del Estado peruano y como parte (y partera) de nuestra historia republicana.

Un último punto: las cartas publicadas en estos dos volúmenes no están en el Perú sino que permanecen en Chile o, mejor dicho, están secuestradas en Chile. Son parte del botín de guerra que se llevaron luego de la ocupación. Su devolución –así de como todo lo secuestrado– es impostergable ya que supone terminar de recuperar nuestra historia. Por eso y por muchas otras razones el libro de Carmen Mc Evoy y José Luis Rénique es un aporte francamente extraordinario.

(*) albertoadrianzen.lamula.com

Fuente: Diario La República (Perú). Sáb, 27/11/2010.

Recomendado:

Historia global on line: Soldados de la República. Guerra, Correspondencia y Memoria en el Perú (1830-1844).

domingo, 8 de agosto de 2010

Libro: “Tras una lengua de papel” del lingüista Carlos Garatea Grau.

“Nuestra lengua proviene del desorden y el conflicto”

Carlos Garatea Grau es un lingüista que ha profundizado en la historia del idioma español en el Perú. Su reciente libro “Tras una lengua de papel” es el resultado de seis años de investigación sobre el choque de culturas que ocurrió durante la conquista. Con estudios en la Universidad Católica, el Colegio de México y la Universidad de Múnich, Garatea Grau señala en su investigación la complejidad lingüística y cultural del idioma que arribó a estas tierras y el mestizaje producido en el contacto con las lenguas indígenas.

Por: María Isabel Gonzales

¿Qué aportes trajo el español a nuestro territorio al llegar con la conquista?

–Como lengua, el español llevaba también una historia propia que se integró a la nuestra. Cuando hablamos de español no hablamos de una lengua que tenga un único eje normativo ni un solo propietario, sino que hablamos de diversidad, que está mucho más allá de un espacio territorial o un período de tiempo. Con la llegada del español llegó también la historia de una cultura, de la Edad Media, del Renacimiento, de Cervantes, de Góngora, todo bajo una sola etiqueta.

–¿Cómo eran los primeros expedicionarios que llegaron al Perú y qué tipo de español hablaban?

–Había de todos los tipos. Durante mucho tiempo se dijo que aquí a América llegó gente poco ilustrada, analfabeta, malhechores, gente pobre. En parte era cierto, pero con ellos también llegaron sacerdotes, notarios y gente que luego llegó a cargos tan altos como virrey. Es un mito eso de que nuestro español es menor o de menos calidad, pero aún se arrastran los prejuicios con nuestra lengua porque hay quienes buscan el español correcto o español puro. Ese es un debate que aún no termina porque buscamos las formas correctas afuera y no dentro de nuestra propia habla. Otro mito es que los expedicionarios eran solo andaluces y tampoco fue así: venían de distintas partes de España. Si bien es cierto que los andaluces se caracterizaban por el seseo y algunas conjunciones, no se puede hacer una caracterización rígida. Muchos llegaron después de expediciones por el Caribe y trajeron palabras de esas tierras que luego se hicieron parte del español.

–¿Cómo se dio el proceso de aprendizaje del español en los pueblos indígenas?

–Aunque los españoles llegaron con el único objetivo de obtener riquezas a toda costa y no de entablar comunicación se vieron obligados a impartir la enseñanza del español porque el Rey así lo dispuso. Pero tal como sucede hoy en día, muy a pesar de que era una política para todas las poblaciones americanas, lo que dice la ley no necesariamente se cumple. Las escuelas formales fueron poquísimas y tardías en el Perú (siglo XVII), por eso uno de los primeros niveles fue la exposición oral, los indígenas aprendían de oído. Ya cuando se dio la enseñanza formal quienes impartieron la educación fueron los sacerdotes con un único propósito doctrinario. Es decir, la lengua no fue más que un medio para alcanzar la evangelización y también para lograr las riquezas que fueron descubriendo en nuestro territorio.

–¿Hubo resistencia de los pueblos conquistados al español?

–El nivel de asimilación fue mayor en la costa que en los Andes y se debe a dos factores: el primero fue geográfico y el segundo de resistencia cultural. Si hoy con todas las facilidades que existen el desplazamiento sigue siendo difícil en la sierra, en aquella época era peor. En la costa la propagación del idioma español fue más rápido por las facilidades de acceso que tenían los conquistadores. Pero al fin y al cabo lo que nos muestra el español tras seis siglos de confluencia entre lenguas es que somos un país mestizo, multilingüe, con una lengua de origen importado pero de la que hemos sabido apropiarnos y que convive con las andinas y amazónicas.

–En su libro usted cuenta que aún en la etapa formal de la enseñanza había discriminación en las escuelas

–Si bien habían colegios para enseñar a leer y a escribir a los hijos de curacas y caciques, estos abandonaron lentamente estos propósitos porque las plazas eran ocupadas por los hijos de españoles notables que veían en estos lugares el sitio ideal para educar a sus propios hijos. Entonces ocurrió que la población indígena fue desplazada lentamente aun cuando la ley dijera una cosa distinta. Incluso encontré el caso de un cacique –en el libro de un colega mío– que envió una carta al director de uno de estos colegios diciéndole que no se olvide cumplir con la labor que tenían encomendada de darle formación a sus hijos porque de lo contrario los iba a retirar del colegio.

–¿Qué aportes hemos dado como pueblo al español?

–Hay muchos términos que por la documentación oficial de la época se ha determinado que son aportes propios del Perú, pero la Real Academia no los reconoce. Por ejemplo “papa” es un término quechua y aún existe cierta resistencia para reconocerlo como nuestro. No tengo idea de por qué. Pero lo que yo creo es que el español hoy debe aceptarse por ser diverso. No hay que andar fijando de donde viene cada palabra. Basta con decir que chicha y cacique vienen del Caribe y aún así son parte de nuestra identidad. Cómo asimilar una lengua será siempre un problema de educación, cuál es el español que se enseña en las escuelas y cuál se debería enseñar. No a todos nos enseñan igual. Lo que podemos decir es que cuando se habla del uso del español en los Andes, hablamos de un español andino que consiste en la recurrencia de modos de español usados en esta parte de América. Con algunas particularidades pero que comparten rasgos generales.

–Para su investigación usted recurrió a documentos oficiales de la época, ¿qué fue lo que más llamó su atención?

–Titulé el libro “Tras una lengua de papel” porque busqué la evidencia del choque de las lenguas en las fuentes escritas, que eran redactadas por curacas, caciques e indígenas de la época bajo el modelo español aprendido en la escuela. Entonces venía el problema de cómo reconocer ahí qué era lo andino. Había que ir más allá y fijarse en el contexto que se vivía, el de los conquistados. Por ejemplo, el caso que desató toda esta investigación lo encontré mientras leía unos documentos notariales en los que un curaca usaba unas palabras sacadas de un texto español. Entonces había un problema de originalidad que resolver. ¿Qué tan andino es el español andino? Primero hay que aceptar que nuestra lengua no es una lengua aislada, sino una proveniente del desorden, de la variación, de los conflictos, de la desigualdad. Hay parte de la historia que se perdió para siempre, pero hay otra que prevalece y que nos deja con una sola certeza: la de un encuentro cultural que desató nuestra historia.

Fuente: Diario La República, suplemento "Domingo". 08 de agosto del 2010.

Libro “Recuerdos de una guerra. Fotografías, ilustraciones y correspondencia personal en torno a la Guerra del Pacífico”. Renzo Babilonia Fernández B.

La guerra y la memoria

Por: Camilo Torres

Hoy domingo en la Feria Internacional del Libro se presenta un volumen con imágenes y voces del pasado rescatadas por el fotógrafo profesional e historiador autodidacta Renzo Babilonia Fernández Baca. Fotos, grabados, carboncillos, cartas y otros documentos forman “Recuerdos de una guerra. Fotografías, ilustraciones y correspondencia personal en torno a la Guerra del Pacífico”, obra dividida en dos partes: una dedicada a las representaciones públicas y otra a los testimonios privados. “No es un libro antichileno”, declara Renzo. “En las imágenes que aquí ofrecemos, publicadas en los años siguientes a la guerra, podemos apreciar distintas visiones de un mismo hecho, como la respuesta de Bolognesi, la muerte de Alfonso Ugarte y el fusilamiento de Leoncio Prado”.

Desde lo cotidiano

Las ilustraciones reproducidas en la primera parte del libro aparecieron originalmente entre 1894 y 1930, es decir, durante el período en el que se formó el recuerdo que el Perú tiene de la guerra, la derrota y la reconstrucción de la nación. Historiadores y científicos sociales, estudiosos de la comunicación y el público en general agradecerán esta recopilación de imágenes y textos en la que apreciamos cómo se definió la memoria que hoy tenemos de un período tan importante de nuestra historia.

La segunda parte del libro propone un recuento del mismo acontecimiento pero desde un ángulo completamente distinto: a través de los testimonios de la intimidad de sus protagonistas. Resulta fascinante, por ejemplo, leer correspondencia privada que solo hoy sale a luz y que pone de manifiesto la dimensión humana de los hombres que son símbolos nacionales y a quienes por lo general solo vemos en el marco del discurso oficial.

Las cartas de Grau

Entre este rico material destacan doce cartas que Miguel Grau le envió a su cercano amigo el capitán Ezequiel Otoya y que la familia Wiese Otoya cuidó a lo largo de cinco generaciones. En ellas apreciamos rasgos de la persona que las versiones tradicionales no alcanzan a transmitir: su amor por su familia, la amistad forjada en el calor de la batalla, la cortesía y el cariño que se muestran en detalles domésticos, como el envío de dos barriletes de aceitunas o la noticia de que su esposa, Dolores, “desembarazó sin novedad, antes de ayer a las tres de la tarde, dando a luz otro varoncito”. También leemos de puño y letra del almirante sus discrepancias con la forma en que se conduce la guerra y sus diferencias con colegas como el capitán de La Unión, Aurelio García y García, y lo escuchamos deplorar la tarea de intrigantes y envidiosos.

La última carta

Sin duda el documento más dramático es la última carta de Grau, con fecha del 28 de setiembre de 1879. En ella le confía a Otoya su desaprobación de la estrategia peruana: “Todavía ignoramos cuál será el nuevo plan de campaña que adopte Chile con toda su escuadra ya reparada. Hasta que no se conozca algo de esto, no me parece prudente iniciar con este buque una nueva excursión”. Esta lucidez premonitoria, propia de una tragedia griega, no impidió que el Caballero de los Mares marchara hacia el sur, hacia Angamos y la apoteosis. “Grau es el único héroe a quien admiramos más después de leer sus cartas privadas”, afirma Renzo Babilonia. El destinatario de esta carta es el capitán Ezequiel Otoya, “un héroe olvidado”, en opinión del investigador.

El amigo valiente

Amigo íntimo de Grau y, al inicio de la guerra, segundo al mando del Huáscar, Otoya fue designado a otro puesto de servicio y entre sus documentos se encuentra una carta que Melitón Carvajal le envió luego de la jornada del 8 de octubre. En otra carta, notable por su dramatismo, el capitán Otoya le cuenta a su esposa Rosa una incursión en la que el monitor derrota a la nave chilena Matías Cousiño y se enfrenta a una corbeta enemiga con la que se bate “tanto a cañón como a tiros de rifle”. “Ya te puedes figurar”, le escribe Otoya a su esposa, “la empresa tan atrevida de nuestra expedición”. Más tarde a este marino se le encargó una misión muy singular: en 1879 supervisó en Paita las pruebas de un arma secreta llamada “Toro Submarino”, prototipo de un sumergible diseñado por el ingeniero danés Federico Blume y que pudo haber cambiado el curso de la historia. El capitán Ezequiel Otoya murió en 1882 durante la ocupación de Lima.

El autor y sus obras

Renzo Babilonia es fotógrafo de profesión, pero su interés en la historia de las imágenes y su uso como instrumentos para diseñar una identidad nacional lo han llevado a la investigación de archivos, manuscritos, hipótesis y testimonios. “La guerra de nuestra memoria. Crónica ilustrada de la Guerra del Pacífico (1879-1884)”, su primer libro.

Junto con los héroes reconocidos y los olvidados por la historia, Babilonia quiere rendir homenaje a otros personajes importantes en la preservación de nuestra memoria: aquellos que han cuidado el patrimonio histórico y hoy permiten su divulgación, como las familias Vizcardo Wiese y Wiese Otoya, propietarias de los manuscritos, y la señora Rochi Lasarte y el señor Rubén Mansilla.

Fuente: Diario El Comercio, suplemento "El Dominical". 1 de Agosto del 2010.

miércoles, 14 de abril de 2010

Libro: Armas de persuasión masiva. Retórica y ritual en la Guerra del Pacífico. Carmen Mc Evoy.

Mc Evoy y la construcción nacionalista

Por: Martín Tanaka (Politólogo)

Esta semana se presentó el último libro de la historiadora Carmen Mc Evoy, Armas de persuasión masiva. Retórica y ritual en la Guerra del Pacífico (Santiago, CIP, 2010), que compila discursos eclesiásticos, políticos y militares de personajes chilenos que muestran, como argumenta la autora en su valioso estudio preliminar, de qué manera se construyó el discurso nacionalista en Chile, aprovechando la victoria en la Guerra del Pacífico.

Chile tenía que desarrollar un discurso que justificara la invasión, ocupación y conquista de territorios ajenos, y que al mismo tiempo aprovechara el entusiasmo por el triunfo. Así, Perú habría actuado de manera desagradecida frente el apoyo chileno en las guerras de independencia y la de 1866, y con perfidia al aliarse secretamente con Bolivia. El que Chile hubiera vencido a dos países, incursionando en territorios agrestes y desconocidos, sería muestra de su superioridad como nación; seríamos un país decadente, marcado por la corrupción, la debilidad, el salvajismo, por lo que la incursión chilena asumía un carácter civilizatorio, bendecido por la voluntad divina.

El libro demuestra cómo funcionan los artificiosos mecanismos de construcción de identidades nacionales; en realidad, Chile distaba de ser el país que esos discursos querían proyectar. Chile vivió importantes guerras civiles en los años posteriores a su independencia, en 1851, y después de la guerra, en 1891. Más todavía, durante la guerra, diversos levantamientos de la población mapuche eran aplastados a sangre y fuego. Si bien Chile avanzó relativamente más que otros países en cuanto a consolidación estatal, lo hizo sobre la base de un modelo elitista, autoritario, excluyente. De allí que al inicio de la guerra hubiera preocupación por la lealtad de los “rotos” ante un ejército comandado por “aristócratas”, “pelucones”.

Lo curioso es que, del lado peruano, no encontramos narrativas nacionalistas exitosas que cuestionaran la construcción chilena, sino discursos fuertemente críticos, desde González Prada hasta nuestros días, que por el contrario parecen confirmarlo. Desde este ángulo perdimos la guerra por no tener clase dirigente, por estar divididos, por nuestro fracaso en la construcción de un Estado-nacional. Así, paradójicamente, la exaltación nacionalista chilena se acopló perfectamente con una narrativa derrotista de nuestro lado: en efecto, habríamos perdido porque no teníamos lo que Chile sí tenía.

Así, el libro de Mc Evoy no solo es pertinente para desmontar la ideología nacionalista chilena, también para cuestionar elementos en nuestra historiografía que pasan por alto importantes logros y esfuerzos de construcción estatal y nacional en el siglo XIX. En tanto asumamos que ni los chilenos eran tan superiores, ni nosotros tan inferiores, podremos encontrar un punto en el que podamos relacionarnos sin complejos como lo que somos: iguales.


Fuente: Diario La República. Dom, 28/03/2010.
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sábado, 10 de abril de 2010

¿Quién soy y... cuántos? - Un viaje filosófico. Richard David Precht.

La gravedad del yo

Richard David Precht ha escrito el libro de filosofía de mayor éxito de Alemania. El bestseller “Wer bin ich - und wenn ja, wie viele” ya ha sido traducido a 16 idiomas.

Por: Erna Lackner

Cuando alguien puede narrar un largo viaje con un equipaje pesado con tanta facilidad y ligereza y al mismo tiempo con tantas facetas como lo hace Richard David Precht, es un verdadero placer. Y un logro que se ve recompensado con, hasta ahora, 700.000 lectores en 16 idiomas. Un bestseller alemán de una materia que no invita de antemano a ensoñaciones: la filosofía. Pero con Precht como guía de viaje se puede dar una estimulante vuelta al mundo incluso con mercancía kantiana o wittgensteiniana. Tiene un don para popularizar la filosofía y servirla de forma sucinta, pero sustanciosa, para que le guste también a lectores cuyo trabajo no se desarrolla en la torre de marfil de la filosofía, pero que de vez en cuando se preguntan de dónde vienen, a dónde van y qué sentido tiene todo esto.

Para ellos, Richard David Precht, nacido en 1964, ha encontrado un título que parece un sinsentido, pero también misteriosamente inteligente: “Wer bin ich – und wenn ja, wie viele?” (Quién soy yo – y en caso de que sí, ¿cuántos?) Es la frase nocturna de un amigo afónico, revela el autor, a quien le gusta intercalar anécdotas y vivencias agradables.

Ya se trate de una extraña poesía o más bien de un título elaborado con instinto para un superventas, éste podría suponer también un handicap. Los compradores de libros que ignoran por principio este tipo de títulos de autoayuda pueden sencillamente haber pasado por alto que tras la humorística portada se esconde una competente narración con preguntas filosóficas, cuyo atractivo consiste en que las respuestas de Descartes, Rousseau, Nietzsche, Sigmund Freud y compañía son adaptadas al estado de las ciencias actuales. Sobre todo a la ­investigación cerebral, en la que Precht ­recala fascinado una y otra vez, para al final preferir seguir siendo kantiano.

El libro no es sólo un veloz viaje en el tiempo, sino también un bosquejo fácil de ­entender de la investigación cerebral, desde sus curiosos comienzos hasta los últimos estudios, con “emocionantes impulsos” y ecos de aquella arrogancia con la que los “investigadores cerebrales creen que su ­investigación deja sin trabajo a la filosofía y quizás también a la psicología”. Precht sabe poner de manifiesto este tipo de controversias, que dejan claras las luchas de rango en nuestra era neurobiológica, por ejemplo entre freudianos e investigadores cerebrales, que “quieren tachar el yo”. Y él muestra el gran bosque, que con tanto ­árbol apenas se puede abarcar con la vista. En sus propias palabras, es una “ayu­da para orientarse en la espesura de las ­ciencias”.

Con “Wer bin ich – und wenn ja, wie viele?”, Precht se ha adentrado en una vereda de tres partes con las preguntas básicas de Kant: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar? En el primer capítulo, ilustra, con ayudas iniciales como la canción de John Lennon “Lucy in the Sky with Diamonds“, los requisitos previos del pensamiento. Cómo pudo empezar todo con los animales humanos hace millones de años, cuando el tamaño del cerebro se triplicó bruscamente.

La precaria frontera entre humanos y animales es un tema central que también trata en la segunda parte sobre la ética, el área clásica de la filosofía: ¿Es el ser humano un animal moral? ¿Debemos comer animales? ¿Cómo deberíamos tratar a los antropoides? Para incitar la reflexión, Precht ilustra a veces un escenario de terror en el que el hombre no es el rey de la creación, sino también meramente material animal.

De nuevo con Kant y, esta vez, con el utilitarista Jeremy Bentham profundiza en cuestiones bioéticas que hacen tambalear los fundamentos cristianos y que hace tiempo que conmocionan la jurisprudencia y la medicina. Los investigadores cerebrales especialmente se han “hecho en cierta medida con el poder de interpretar”, opinaba hace poco Precht en una entrevista para la revista “Stern”. Pero las ciencias y las letras debían volver a ir de la mano cuando se trate de los seres humanos. La filosofía no debe limitarse a “la restauración de construcciones antiguas en el ámbito intelectual”, sino que tiene que ocuparse de las preguntas actuales: “La filosofía sin las ciencias naturales está vacía, y las ciencias naturales sin la filosofía están ­ciegas”.

Richard David Precht establece diversas uniones transversales, no sólo entre las islas de las diferentes ciencias. En su “viaje filosófico”, entrecruza una y otra vez los términos antagónicos razón y sentimiento. ¿Quién rige el mundo? ¿Sigue teniendo ­vigencia el imperativo categórico de Kant sobre el ser bueno? ¿Y qué está hoy en boga? La razón es sólo un lacayo de la voluntad, opinaba Schopenhauer. ¿Quién está al mando en el cerebro? ¿Tiene el yo sólo una base material? ¿Es sólo el producto de neuronas, sustancias transmisoras, hormonas? ¿Qué ocurre en el compartimento superior del cerebro? Precht tiene que volver a recurrir al taller de los investigadores cerebrales, al lóbulo frontal y a las neuronas espejo, pero el sabe hablar sobre ciencia como un escritor de novelas de suspenso. Con competencia y precisión, pero también con valor para comprimir, omitir y con vivaces entramados, así como con un lenguaje coloquial consigue un estilo elegante y atractivo. Hoy ya no tiene ningún sentido, dice Precht, escribir como Kant, que se basaba en la gramática latina escolar, o como Hegel, “un pésimo estilista”, “Hegel realmente no sabía escribir, ése es uno de los motivos por los que sus textos son tan difíciles”. Su propia disertación sobre “la deslizante lógica del alma en Robert Musil” es un “rollo pomposo”, reconoce Precht, pero él afortunadamente dice ­haberse liberado de la complejidad y de la jerga inculcadas en la universidad.

Y ¿qué pueden esperar los seres humanos? La tercera parte del “viaje filosófico” trata sobre Dios, la libertad y la propiedad, la justicia, la felicidad y el amor de la mano de Anselmo de Canterbury, Husserl y Sartre, Luhmann y Epicuro. Terminado esto, Precht –que vive con su mujer, la periodista de televisión luxemburguesa Caroline Mart, y un total de cuatro hijos– ya ha pasado al siguiente libro que se publicará en marzo de 2009: “Liebe. Ein unordentliches Gefühl” (El amor. Un sentimiento desordenado). Un recorrido de obstáculos que también podría convertirse fácilmente en uno de los más vendidos.

Fuente: http://www.magazine-deutschland.de/es

viernes, 2 de abril de 2010

Libro ¿Qué es la Democracia? de Giovanni Sartori.

Teoría de la Democracia

Podríamos decir que Giovanni Sartori tiene una doble personalidad: la más conocida, la del abuelete que de cuando en cuando lanza al mercado libros destinados a provocar, a generar debates intelectuales y, sobre todo, a vender. Es el Sartori de libros como Homo videns o Multiculturalismo y democracia, caracterizados por mostrar una visión altamente crítica y negativa de ciertos aspectos de la sociedad, por el escaso número de páginas y la enorme tipografía y, naturalmente, por su elevado precio. Si estas fueran las únicas aportaciones de Sartori al mundo del pensamiento, no sería arriesgado decir que nuestro hombre está preparado para engrosar la plana de cualquier periódico español como comentarista de calidad.

Afortunadamente, no es este el único Sartori que nos encontramos. Existe otro, que en realidad antecede al más conocido (o, sintomáticamente, al único conocido), que se ha pasado la vida elaborando sesudos estudios de ciencia política que hoy día ocupan un lugar muy importante en la disciplina, hasta tal punto que estamos en condiciones de afirmar que en España debe haber casi 5 personas que los hayan leído.

Yo soy una de esas personas. Echándole un par de huevos. Y la verdad es que el libro, o mejor dicho, los libros, porque son dos los volúmenes que integran Teoría de la democracia, tiene muchos aspectos interesantes que ofrecer al lector, particularmente si el lector es una de las 5 personas que hay en España interesadas en la política no como vehículo para enriquecerse o como mecanismo de expresión de determinadas frustraciones y/o deseos. Huelga decir que yo no soy una de esas 5 personas, pero ahí me tienen, uno lee muchas cosas en esta vida (con Teoría de la democracia, en mi caso, ya van tres), así que, dado que he leído algo, ¿por qué no hacer, de paso, una reseña para La Página Definitiva?

Lo primero que hay que decir es que este es un libro sobre teoría política, pero también es un libro político. El autor adopta desde el principio una posición ideológica (liberal - conservadurismo) que al principio es implícita y poco a poco va aflorando conforme nos cuenta lo malos que son los socialcomunistas. Eso sí, todos los preceptos que muestra el libro están revestidos de una compleja argumentación para justificar los lugares a los que llega Sartori, hasta tal punto que incluso puede resultar fatigoso; por ejemplo, para definirnos lo que es la democracia, Sartori "se gusta" durante 25 páginas preliminares explicándonos lo que es una definición, para llegar a la conclusión de que es muy difícil definir la democracia, pues las acepciones del término son múltiples a lo largo de los siglos, y aún hoy continúan entrecruzándose. Eso sí, nos queda muy claro lo que es una definición.

Entrando ya en el análisis del libro por partes, Sartori divide su obra en dos mitades, tituladas "El debate contemporáneo" y "Los problemas clásicos". Curiosamente, "El debate contemporáneo" es el volumen I, para después pasar a los problemas clásicos. Aunque sea muy original, esta división no parece demasiado justificada, pues es perfectamente plausible leerse el libro "al revés", comenzando por Grecia y acabando por el presente, y posiblemente sea más operativo. En cualquier caso, entre las cosas que comenta Sartori, que son muchas y de forma exhaustiva, podríamos destacar las siguientes:

- Sartori considera que la democracia representativa, con todos sus defectos, es hoy por hoy la única viable. Rechaza, naturalmente, las eufemísticamente llamadas "democracias populares", pero también los eventuales experimentos de democracia directa aprovechando las ventajas de la tecnología. Esto último, como es obvio, constituye un grave error, por múltiples razones históricas, éticas, políticas y peripatéticas, pero fundamentalmente por un motivo: porque somos de otra opinión. Y para demostrarlo, véanlo aquí.

- Por el mismo motivo, Sartori rechaza toda equiparación entre la democracia ateniense y los modelos contemporáneos, pues estos últimos son muchísimo más complejos y están pensados para sociedades gigantescas en comparación con el pequeño número de ciudadanos de la Atenas clásica. También hay otra razón: la democracia, según nos explicó Aristóteles, en su acepción ateniense, era una de las formas políticas "corruptas". El estagirita (¿nació en la laguna Estigia?) distinguió tres formas de gobierno "buenas" (monarquía, aristocracia, politeia) y sus correspondientes formas corruptas (tiranía, oligarquía, democracia). Para Aristóteles, por supuesto, la mejor forma posible es la aristocracia, en la que indudablemente él se incluía, mientras que la democracia no sería sólo el "gobierno de los muchos", sino el "gobierno de los pobres" o, más directamente, "gobierno de los peores". Aristóteles vio cómo la democracia en Atenas se convirtió en tiranía a causa de las locuras de los ciudadanos, que pasaban el rato aprobando leyes que eran derogadas a los quince minutos, atacando a los ciudadanos más válidos y promocionando a los mediocres. A Sartori se le ve mucho aquí el plumero cuando habla del peligro de que la democracia caiga en el populismo.

- Sartori deja muy claro al final del libro que aquí, democracia, sólo si se trata de una democracia liberal fundamentada en un mercado libre. Sartori se lamenta de lo cruel que es el mercado, de que contribuye a insertarnos en un modelo mecanicista, pero al mismo tiempo no ahorra elogios respecto a su funcionamiento. Volvemos a leer todo aquello de la "mano invisible" de inspiración divina (absurdo, todos sabemos que la "mano invisible" fue, desde 1996 hasta 2000, José María Aznar, y a partir de entonces los pérfidos extranjeros), de cómo el mercado se autorregula de forma "natural", etc. En líneas generales, diríase que a Sartori no le parecería del todo mal volver a un modelo de sufragio censitario, con lo que habrá que decir que es un elitista salvo si me incluye en el censo.

- Por último, los ataques al marxismo en todas sus formas son continuos e implacables. Sólo hay una forma alternativa al modelo capitalista liberal a la que Sartori le concede una mínima credibilidad, el "socialismo de mercado" (una especie de híbrido entre el experimento yugoslavo y las socialdemocracias escandinavas; es preciso aclarar que cuando Sartori escribió el libro "Yugoslavia" aún era un país, no siete). Salva la figura humana de Marx (es decir, sus buenas intenciones) para rechazar todo lo que, en los planos económico y político, elaboró el pensador alemán, aunque también ponga de relieve que la interpretación que comúnmente se hace del pensamiento marxista supone una tergiversación radical de sus planteamientos iniciales, por ejemplo con el uso del concepto "dictadura del proletariado", que en Marx es marginal y después se convierte en uno de los puntos fundamentales de los sistemas comunistas, a los que, naturalmente, Sartori manda a los infiernos, comenzando por la Unión Soviética (nuevamente advertimos de que todo esto Sartori lo escribió en plena guerra fría, y el muy vago aún no lo ha actualizado). Y elabora una crítica brillante por momentos, a veces incluso divertida por las maldades que introduce en su discurso (ya dijimos que se trata de un texto político):

"Para Lenin, la asociación básica, inamovible e inmutable era que 'la democracia es igual que el Estado'. Su leitmotiv era: puesto que el Estado es malo, también lo es la democracia (...) Pero cuando Lenin abordó la segunda fase, la dictadura del proletariado, cambió de sintonía. Mantenía que la dictadura del proletariado era 'más democrática' que la democracia burguesa. Si quería decir que en este caso el ejercicio de la violencia era más intenso y sistemático que antes, nada que objetar". (pp. 555 - 556)

En resumen, el libro de Sartori es un enorme ejercicio de erudición, un interesante ensayo político, y también un "manual de uso de la democracia" desde una perspectiva política muy definida. El libro se lee con gusto, aunque en ocasiones resulte un poco cargante, y se le puede sacar bastante jugo. Hay que reconocer que la visión que Sartori muestra de las cosas resulta en ocasiones muy sugestiva. Eso sí, es un libro que corre el riesgo de quedarse anticuado, y no tanto por la caída de los regímenes comunistas como por algo mucho más importante: el amanecer y el ocaso del felipismo, que ha cambiado totalmente las reglas del juego político.

Fuente: Lapáginadefinitiva.com

Recomendado: Definir la Democracia.

domingo, 28 de marzo de 2010

Libro Diversidad y Complejidad Legal. Aproximaciones a la Antropología e Historia del Derecho.

¿Somos pobres porque somos diversos?

El Perú es diverso no solo por cuestiones culinarias: cuenta con más de 60 grupos étnicos y pueblos indígenas que piensan y sienten de manera diferente. Pero el gobierno prefiere aplicar una simplista receta de desarrollo, como si la sociedad fuese homogénea, y promueve normas que ignoran la complejidad del país. En su libro Diversidad y complejidad legal el abogado y antropólogo Armando Guevara Gil considera que esta postura estatal solo desata conflictos y plantea ver la diversidad como un valor y no como un obstáculo.

Por: Milagros Salazar

Los países no son habitados por identikits. Apenas el 10% de los Estados en el mundo son étnicamente homogéneos. Hay 191 Estados y a la vez cerca de 8 mil grupos étnicos, pueblos indígenas y naciones. Esta multiculturalidad se expresa vivamente en el Perú con 61 grupos étnicos amazónicos, los grandes grupos etnolingüísticos quechua y aimara y “colonias” de migrantes. Por eso la diversidad es una característica casi universal que los gobiernos no pueden ignorar. Esta advertencia la hace Armando Guevara Gil en su libro Diversidad y complejidad legal con el propósito de reflexionar sobre aquello que nos hace diferentes y que es imprescindible reconocer para encontrar formas eficaces de gobierno que eviten conflictos como el de Bagua o los que estallan alrededor de las explotaciones mineras y petroleras. La diversidad no debe verse como la piedra en el zapato en el camino hacia el progreso. Si bien el economista Jürgen Schultz preguntaba irónicamente ¿somos pobres porque somos ricos? para plantear la paradoja del boom de la explotación primaria exportadora que no ha garantizado desarrollo a lo largo de nuestra historia, esa interrogante también podría ser replanteada a la luz de las reflexiones de Guevara: ¿somos pobres porque somos diversos?

Revisemos algunas ideas de la receta gubernamental sobre el desarrollo en busca de respuestas.

Con más inversión privada habrá desarrollo para la mayoría

El presidente Alan García parece haber encontrado una fórmula mágica para que el país repunte: más inversión privada generará más trabajo y esto a su vez crecimiento económico, o sea, desarrollo para la “inmensa mayoría”. García lo ha dicho, lo ha escrito y lo ha aplicado con altos costos sociales en algunos casos sin ver matices ni diferencias en aquellos pueblos en donde sus decisiones podrían tener impacto. ¿Desarrollo para quiénes?, ¿para qué mayoría en un país pluricultural? “Su visión parece del siglo XIX cuando se planteaba una forma única de gestión del territorio. Ha sobrestimado su capacidad de convencimiento, quizás ha querido coronar su idea del desarrollo y lo que ha hecho es generar más conflictos sociales y arrinconar a los pueblos indígenas”, señala Guevara. En sus artículos sobre el síndrome del “Perro del Hortelano”, el presidente señala que hay muchos recursos que no reciben inversión y que no generan trabajo “por el tabú de ideologías superadas”. Pero la existencia de grupos diversos que tienen una visión distinta del territorio y del acceso a los recursos naturales no es un invento. El especialista advierte que la diferencia del derecho de propiedad del suelo y el subsuelo que hace el Estado rompe los esquemas de la mirada integral del territorio que desarrollan los amazónicos.

Guevara ha estudiado en su libro el impacto de los proyectos de desarrollo en el lago Titicaca (1930-2006) y allí descubre este choque de miradas. Explica que si bien los totorales que están sobre el lago, son vistos por el Estado como un recurso natural de la Nación, desde la óptica de las comunidades quechuas y aimaras, estos totorales que son plantados, cosechados y heredados, representan una propiedad familiar o individual como si fuesen parcelas agrícolas en tierra firme a diferencia de las aguas que sí son un espacio colectivo. “Pero si las comunidades circunlacustres se reclaman «dueñas» de los totorales, no lo hacen apelando únicamente a la tradición y la proximidad, sino a una de las fuentes más reconocidas universalmente como origen del derecho a la propiedad y la posesión: el trabajo”, apunta Guevara.

“El Perú es diverso no solo en aspectos gastronómicos, sino sobre todo por su realidad social, cultural, política e histórica, por lo tanto no puede haber una sola política nacional y es vital que las políticas públicas se elaboren en función de esta diversidad para garantizar la convivencia social y la sostenibilidad de los ecosistemas”, reflexiona.

Las comunidades no saben manejar los recursos

Para Alan García, el Perú está lleno de “tierras ociosas porque el dueño no tiene formación ni recursos económicos, por tanto su propiedad es aparente. Esa misma tierra vendida en grandes lotes traería tecnología”. En contraste, Guevara señala: “Existen diferentes lógicas para gestionar los recursos” que deben ser reconocidas y rescatadas para plantear un desarrollo sostenible como el manejo eficiente de los bosques de algunos grupos en la Amazonía. “Porque con la idea de que el crecimiento económico es igual al desarrollo ya hemos sobrexplotado los recursos naturales en un 20% más de lo que la Tierra puede soportar”, asegura Guevara.

“La diversidad es una condición, no un problema. Y no debe verse la exigencia de mayor autonomía de los pueblos indígenas para administrar sus recursos como reclamo de autarquía porque estos grupos también reclaman mayor presencia estatal, servicios mínimos y el respeto a sus derechos”, señala el autor.

En ese sentido, ¿el conflicto de Bagua ha servido para que enfoquemos nuestra atención sobre estas poblaciones? Guevara responde: “Creo que ocasionó un remezón ético y político, pero la inercia histórica de percepciones y prejuicios contra los indígenas ha vuelto a instalarse en el Estado y la sociedad en su conjunto”.

Solucionemos los problemas vía decreto

Para Guevara existe un conflicto entre la normatividad estatal y las prácticas consuetudinarias de las comunidades. Considera por ello que está condenado al fracaso cualquier proyecto de desarrollo que “asuma intervenir en un paisaje social normativamente vacío” o que ignore la importancia del derecho en esta tarea.

“Cada vez más las leyes se alejan de la realidad. El Derecho es un mecanismo para solucionar conflictos, pero ahora los crea como vemos en las contradicciones entre el régimen ambiental y el de concesiones en industrias extractivas”, asegura.

Pese a que existe un Estado con un aparato legislativo gigantesco, Guevara lo califica de “anémico” por su incapacidad para aplicar las normas y gozar de legitimidad. El rechazo de los indígenas a los decretos del régimen aprista para promover la inversión privada en sus territorios lo demuestra.

Ingresemos al mundo global con los TLC

La pluralidad legal de la que habla Guevara también se da en el proceso de globalización. “Ya no es un problema del Estado versus el indígena sino que es un fenómeno que tenemos que aprender a manejar integralmente debido al impacto de la globalización económica en el derecho nacional”.

En un lado de la balanza, el Perú se ha insertado en la economía global con los tratados de libre comercio a los que le otorga plena vigencia y respeto, pero en el otro lado están los instrumentos internacionales de derechos humanos a los que no siempre considera vinculantes como sucede con el Convenio 169 de la OIT que garantiza la consulta previa a los pueblos indígenas. “El Estado debe asumir la globalización en todos sus frentes, incluido el de derechos humanos y el ambiental”, señala.

Guevara plantea reformar el derecho y desterrar “los lugares comunes que han reemplazado la investigación empírica porque lo que necesitamos es conocer mejor nuestra diversidad como fuente de riqueza y no como causa de la pobreza”.

Perfil

Nombre: Armando Guevara Gil

Estudios: Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú y Maestría en Antropología Cultural en la Universidad de Wisconsin-Madison.

Cargo: Profesor asociado del Departamento de Derecho y de la Escuela de Posgrado de la PUCP. También es miembro ordinario del Instituto Riva-Agüero.

Publicaciones: Propiedad agraria y Derecho colonial: los documentos de la hacienda Santoris, Cusco 1543-1822 (1993); Agua y derecho (Editor con Rutgerd Boelens y David Getches, 2006); Derecho, instituciones y procesos históricos (editor con José de la Puente, 2008); Derechos y Conflictos de Agua en el Perú (editor, 2008), Diversidad y Complejidad Legal (2009).

Fuente: Diario La República (Suplemento Domingo). 21 de Marzo del 2010.

Recomendado:

Diversidad y Complejidad Legal. Aproximaciones a la Antropología e Historia del Derecho.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Libro Historiografía y Nación en el Perú del siglo XIX.

“Nos sentimos orgullosos de los incas pero no tanto de los indios”

¿La época colonial fue buena o mala? ¿Cuánto apoyo popular tuvo la causa de la Independencia? ¿Qué debemos rescatar de Alfonso Ugarte? Las respuestas correctas no son, probablemente, las que nos enseñaron en la escuela. El historiador Joseph Dager remueve este tema en un libro de reciente publicación que está despertando inusitado interés en medios académicos: “Historiografía y Nación en el Perú del siglo XIX” (PUCP, 2009). Según el autor, hay un conjunto de mitos y falacias que hoy es necesario revisar. Hay, advierte, historias que no provoca escuchar, que no generan orgullo, pero que es necesario volver sobre ellas porque solo es posible la reconciliación a partir de un pasado veraz.

Por Elizabeth Cavero

El Perú nace como nación en 1821 y sin embargo hoy entendemos que la “historia del Perú” comienza antes de los incas. ¿Cómo se explica?

–Quizá podemos partir diciendo que el siglo XIX es un momento en el que la burguesía asciende al poder y construye un nuevo modelo político, el Estado-Nación. Este es un fenómeno mundial, que empieza en los Estados Unidos, en Europa y en Hispanoamérica. Lo que este modelo pretende, en primer lugar, es que los habitantes del Estado-Nación se reconozcan como miembros de una misma comunidad, con una misma cultura y sobre todo con un mismo pasado. Y, mientras más antigua era la nación, más legítima y con mayor derecho a autogobernarse.

–Entonces mientras los franceses buscaban sus raíces en los galos, los ingleses en los sajones, los alemanes en los germanos... los peruanos buscaban sus raíces en los incas.

–Sí, aunque no hay que olvidar que ya Garcilaso de la Vega y Guamán Poma (cronistas del siglo XVI) hablaban de los incas. La diferencia es que en el siglo XIX los que historian la antigua grandeza de los incas eran “criollos” o sus descendientes. Ellos “peruanizan” a los incas. Y tuvieron tanto éxito, que hoy seguimos considerando a los incas como peruanos.

–¿Esta construcción de nuestra historia nacional comienza en 1821?

–O bien a partir de 1824, con la derrota de las tropas realistas. Entonces, lo primero que se hace es crear símbolos distintivos: bandera, escudo e himno. Estos incorporan elementos andinos –como la quina y la vicuña– con los cuales las mayorías indígenas pudieran identificarse. De la misma forma, se necesitaba una historia común, una historia nacional. Esos historiadores no se inventaron una historia, la “confeccionaron” con insumos que estaban ahí y con su propia creatividad. La historiografía peruana fue una confección porque el elemento “creativo” y la historicidad del momento subrayaron o descuidaron un sinnúmero de aspectos, pero ello no debe asociarse con lo conscientemente “fraguado”.

–¿Por qué interesaba a la burguesía construir la nación?

–Para gobernar mejor. No se trataba de una nación democrática, ni igualitaria. Era una nación como se definía en el siglo XIX, en la cual el Estado contribuye a crear a los connacionales. La élite confecciona eso que llamamos “peruano” y trata de difundirlo. Lo que yo confirmo al analizar la obra de los historiadores del siglo XIX –como lo han hecho otros historiadores estudiando el pensamiento, las fortunas o las modas de la burguesía– es que sí existieron proyectos nacionales, sí hubo una experiencia burguesa. Digo esto porque durante mucho tiempo se ha repetido que el Perú no tuvo clase dirigente, sino clase dominante; que no hubo burguesía, sino oligarquía; y que esa élite no fue capaz de crear un proyecto nacional ni de ofrecer una imagen de conjunto del pasado peruano.

–¿Esa crítica abarca a los historiadores del siglo XIX?

–Sí. Alberto Flores Galindo sostenía que la historiografía (la producción histórica) nace en el siglo XX. Yo sostengo que ya desde antes, con Mariano Mendiburu, Mariano Felipe Paz-Soldán, Sebastián Lorente o Carlos Wiesse (historiadores del siglo XIX) el Perú estaba en la agenda ideológica. Si no había la intención de crear una nación, para qué crear una historia nacional.

–Entonces, ¿cuáles son los mayores aportes de los historiadores del siglo XIX a la nación?

–El mayor aporte de los historiadores del siglo XIX es haber integrado a los incas al Perú. El segundo gran aporte es haber ofrecido una comprensión general del pasado peruano y del Perú: país de antigua grandeza, tiene la esperanza de ser un país de futura grandeza. Lo que no comprendieron, ni los historiadores ni los políticos del siglo XIX, fue que el Perú es un país mestizo y diverso. Para ellos la diversidad fue un obstáculo y por eso trataron de homogeneizar culturalmente y de imponer su modelo de progreso.

Lugares comunes

–Existen lugares comunes en las críticas sobre el siglo XIX. Uno de ellos se refiere al despilfarro de la riqueza guanera. Sin embargo, usted nos dice que este dinero se usó también para financiar investigaciones históricas.

–Sí. Los historiadores debemos hacer un mea culpa porque hemos sido muy severos con el siglo XIX, hemos tratado de encontrar en el siglo XIX el origen de casi todos nuestros males, y nos hemos conformado con echarle la culpa: el siglo de la anarquía militar, del guano que se despilfarró y de la derrota con Chile. Pero perdemos de vista que, junto con eso, en el siglo XIX pudimos construir un Estado. Entonces, por ejemplo, siempre repetimos que más del 50% del dinero del guano se usó en pagar sueldos de empleados públicos. ¡Pero claro! ¡Si había que construir un Estado! Se usó para pagar maestros, jueces, prefectos que antes no existían. Con el dinero del guano se fomentó también la actividad intelectual, la producción de obras históricas. Ojalá el Estado de hoy lo hiciera.

–Estos historiadores del siglo XIX, sin embargo, tuvieron que enfrentar pronto el dilema de admirar a los incas, sintiendo a la vez desprecio por sus descendientes, los indígenas.

–En 1992, la historiadora Cecilia Méndez publicó un magnífico artículo titulado “Incas sí, indios no”. Ella afirma que es una característica del nacionalismo peruano del siglo XIX y del siglo XX decir yo siento orgullo por los incas, pero no tengo nada que ver con los indios. Méndez lo atribuye a que en el siglo XIX existió un nacionalismo criollo que no veía en ello una contradicción y que excluyó a la población andina.

–¿Coincide con ella?

–Coincido en mucho. Pero creo también que precisamente la admiración hacia los incas impidió que la población andina fuese excluida del proyecto nacional. Los historiadores del siglo XIX dijeron: estos indios, descendientes degenerados de los incas, tienen una historia que demuestra lo que podrían llegar a ser si nosotros los regeneramos, los educamos. Gracias a esto, los indios fueron incorporados a la nación, aunque en un lugar secundario como grupos subalternos.

–No era posible mandar a los indígenas a vivir en reducciones.

–No, aquí la población indígena era tan numerosa y tan presente en todo el territorio que no se le podía confinar, como se hizo en Chile o EEUU. Entonces, se pensó en traer migrantes europeos para “mejorar la raza”. Pero, ¡cuántos hubieran tenido que venir! Luego se opta por imponer a aquella población un modelo cultural, burgués y occidental, para homogeneizar. Por supuesto, más inteligente hubiera sido que la élite, la minoría, aprendiera quechua como idioma oficial. Pero eso lo decimos hoy, 200 años después.

–Durante el siglo XIX tuvimos dos enemigos: España y Chile. ¿Cómo se entiende que tengamos hacia esos dos países sentimientos tan diferentes?

–Es que son dos historias diferentes. A España le ganamos dos veces, en 1824 y 1866. Además, la herencia cultural es evidente y por la necesidad de una continuidad histórica, dada la admiración por el pasado incaico, no pudimos negar el estudio del pasado colonial y encontrar en ese periodo personajes admirables y, qué duda cabe, fuimos un Virreinato muy importante. En cambio, Chile nos venció y nos duele porque siempre entendimos su pasado como inferior al nuestro. Nos duele doblemente porque nos ocuparon por varios años. Nos duele triplemente porque no solo se llevaron trofeos de guerra, se llevaron también libros, pinturas, estatuas… Y, además, Chile aún niega que haya materias pendientes, y no es poco frecuente que algunos de sus políticos exhiban hacia el Perú eso que José Rodríguez Elizondo, intelectual y ex diplomático chileno, ha llamado con magnífica expresión una “soberbia extravagante”.

–Otro lugar común: ¿la Independencia fue una gesta nacional?

–No, hoy sabemos que la independencia no fue una gesta “popular”, fue un movimiento de la élite. Los historiadores del siglo XIX no lo comprendieron porque al estudiarla recurrieron a ciertos documentos, proclamas, que les hicieron pensar que la Independencia fue apoyada por las masas. Hoy sabemos que los indígenas, negros, mulatos, mestizos participaron, pero sin tener necesariamente conciencia de lo que estaba en juego.

Herencia que pesa

–¿Qué conservamos del siglo XIX?

–Yo creo que una de las malas herencias del siglo XIX es la comprensión de la guerra con Chile. Los historiadores peruanos del siglo XIX comprendieron bien los abusos y supieron denunciarlos. La obra de Paz-Soldán, escrita casi en los mismos años de la guerra, es de una precisión documental y solidez impresionantes. Pero le faltó explicar mejor cuál era la situación previa en el Perú, que favoreció los abusos de los chilenos. Esto es algo que agrega Basadre.

–Otro tema pendiente es la inclusión de la población indígena a la nación.

–Sí, yo creo que esa debe ser la discusión. Porque hoy sigue presente el racismo, una herencia de los historiadores y políticos del siglo XIX. En buena cuenta seguimos sintiéndonos orgullosos de los incas y no tan orgullosos de los indios. Y a diferencia de otros países, en el Perú eso implica una especie de esquizofrenia: admiro y rechazo a la misma persona, a nosotros mismos.

–¿Qué debemos hacer?

–No imponer un único modelo de desarrollo, ni dejar que una minoría –económica o étnica– nos imponga el suyo. Respetar la diversidad cultural, no concebirla como algo inferior y tratar de pensar el Perú con modelos multiculturales. Afortunadamente, el Perú hoy no es el mismo de hace 50 años. Claro, hoy existe Asia (el balneario), unos cuantos que no dejan entrar a sus playas a mucha gente. Pero ellos no son el Perú. Más representativo del Perú es, por ejemplo, el Grupo 5.

El ejemplo de Alfonso Ugarte

–¿Y seguimos necesitando héroes nacionales?

–Por supuesto. Como toda nación, seguimos necesitando héroes nacionales. Pero debemos repensar nuestra historia. Por ejemplo, hoy admiramos a Alfonso Ugarte “solo” porque no dejó caer la bandera peruana en manos de los chilenos. Tal vez fue cierto, pero en todo caso Alfonso Ugarte fue héroe por varias otras razones: tenía dinero y pudo irse, pero se quedó a luchar. Además, usó su fortuna para armar batallones. La historia del sacrificio fue publicada días después de ocurrido en el diario La Patria, pero los historiadores del siglo XIX no la incorporan. Los que sí lo hacen son los historiadores del siglo XX.

–Sincerar nuestra historia sería una meta interesante para el bicentenario.

–Ciertamente. Tenemos que preguntarnos sobre qué Perú vamos a seguir enseñando en las escuelas. Hoy ya no es una necesidad, como lo fue para los historiadores del siglo XIX, “olvidar” hechos incómodos del pasado en favor de la unión nacional. Ahora nos toca asumir nuestras verdades históricas, incluso las recientes, las que causan orgullo y las que preferiríamos no escuchar. Solo así podremos reconciliarnos y difundir un pasado veraz, al interior de una educación masiva de calidad. Es una deuda que aún tenemos.

Perfil

• Nombre: Joseph Dager Alva
• Edad: 39 años
• Lugar de nacimiento: Lima, Perú
• Estudios: Licenciado en Historia por la PUCP (1996), Doctor en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile (2008)
• Familia: casado con 2 hijos
• Cargo actual: Profesor del Departamento de Humanidades y de la Maestría en Historia de la PUCP.
• Otras publicaciones: Hipólito Unanue o el cambio en la continuidad (2000), Vida y obra de José Toribio Polo (2000), Conde de Superunda (1995); El Virrey Amat y su tiempo (codirector, 2004).
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Fuente: Diario La República (Suplemento Domingo). 28 de Febrero del 2010.

jueves, 25 de febrero de 2010

Libro "La República Lobbysta", de Manuel Dammert.

La República Lobbysta

Por: Humberto Campodónico (Economista)

En Colombia, la estatal ECOPETROL, recientemente modernizada, invirtió US$ 6,200 millones en el 2009, una fracción de los cuales ha venido aquí para adquirir Petro-Tech.

En Chile, la estatal Codelco, la empresa de cobre más grande del mundo, generó excedentes por US$ 4,970 millones en el 2008 y acaba de firmar un contrato con China para venderle 55,000 toneladas anuales de cobre en los próximos 15 años. En Brasil, la estatal Petrobrás ha logrado el autoabastecimiento de petróleo –produce 2 millones de barriles diarios–, ha encontrado abundantes reservas en el Atlántico y plantea invertir US$ 174,000 millones (50% más que el PBI peruano) del 2009 al 2013.

Pero en el Perú se privatizaron los lotes productores de Petroperú y el Estado no le quiso dar participación en la venta de Petro Tech ni, antes, en la compra de los grifos de SHELL, que fueron adquiridos por Primax, propiedad de la estatal chilena ENAP y el Grupo Romero. En el caso de ENAPU, después de 15 años de pedir la compra de grúas pórtico, éstas recién llegaron el año pasado. Hay muchos ejemplos más.

En sentido contrario al mundo –y en países vecinos que no tienen nada de “antisistema”–, la clase política y empresarial peruana sigue con los obsoletos preceptos del Consenso de Washington, que niegan la necesidad de redefinir los roles del mercado y el Estado. Peor aún, en los últimos años, desde la administración estatal se promueven los intereses privados en actividades estratégicas, como en Camisea, los contratos petroleros (petroaudios)y la actividad portuaria, para solo mencionar algunos.

En un reciente libro, La República Lobbysta, Manuel Dammert dice que esos hechos no son producto de la casualidad. Afirma que “la élite de esta República Lobbysta abandona desde la partida a la nación y la soberanía, superpone la función pública con la actividad privada. Utiliza la gestión pública para gestionar intereses privados globales. Su rol se reduce a obtener los ingresos que corresponden, estrictamente, a la intermediación de las estrategias de grandes negocios privados, sin que existan planes ni políticas públicas en función del interés nacional”.

Agrega: “Es una élite a la que no le interesa ser empresaria productiva, ni invertir los excedentes en ampliar la acumulación, innovar en productividad, mejorar el capital humano social e institucional. Solo busca obtener su parte alícuota del gran negocio de alguna estrategia privada que no les incumbe, no les interesa”.

Con este enfoque Dammert analiza en detalle dos sectores estratégicos en el siglo XXI: puertos y energía. Después de una prolija investigación, llega a la conclusión que los lobbystas no tienen como objetivo desarrollar los grandes ejes de integración continental, poniendo en marcha ciudades-puerto con zonas económicas de valor agregado logístico. Por el contrario, se busca liquidar a ENAPU y desarticular el sistema portuario para entregar dicha infraestructura a intereses extranjeros.

En el sector energético, Dammert demuestra que la exportación del gas de Camisea de los Lote 88 y 56 no es producto de contratos “técnicos”, sino de actividades lobbystas –desde los más altos puestos del Poder Ejecutivo–en los que ha sido “descollante figura” el ex ministro toledista, Pedro Pablo Kuczynski.

La detallada descripción de la mezcla de las funciones públicas de PPK con las de su Grupo Empresarial –que ocupan un capítulo entero– desnuda la complicada trama de intereses que han primado sobre los intereses nacionales. Resultado: el gas de Camisea (que revirtió gratis al Perú por los regalos de la Shell) ya no va a servir para las necesidades peruanas (y menos para las regiones pobres del Sur andino) sino que va a ser exportado a México.

Clara demostración que los “lobbystas” en el Poder son “intermediarios de las estrategias de grandes negocios privados, sin que existan planes ni políticas públicas en función del interés nacional”.

Fuente: Diario La República. Sábado 22 de Agosto del 2009.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Libro "La transición inconclusa. De la década autoritaria al nacimiento del pueblo", de Alberto Adrianzén.

Debate sobre el libro "La transición inconclusa. De la década autoritaria al nacimiento del pueblo", del sociólogo Alberto Adrianzén.

La “transición inconclusa”. (Martín Tanaka). La República. 24/01/2010.

“La transición inconclusa” y Humala. (Martín Tanaka). La República. 31/01/2010.

Crítica a los críticos. (Alberto Adrianzén). La República. 06/02/2010.

"Crítica a los críticos" de Alberto Adrianzén. (Martín Tanaka). Blog Virtù e Fortuna. 10/02/2010.

Transiciones y partidos. (Alberto Adrianzén). La República. 13/02/2010.

De los principios a las políticas. (Martín Tanaka). La República. 14/02/2010.

A propósito del caudillismo. (Alberto Adrianzén). La República. 20/02/2010.

Libro: "Demócratas precarios. Élites y debilidad democrática en el Perú y América Latina" de Eduardo Dargent Bocanegra.

DEMÓCRATAS PRECARIOS. ÉLITES Y DEBILIDAD DEMOCRÁTICA EN EL PERÚ Y AMÉRICA LATINA

Autor(es): DARGENT BOCANEGRA, Eduardo

Reseña: Dargent sostiene como tesis principal que en el Perú y en varios estados de América Latina, a pesar de la permanencia de la democracia desde los años setenta y ochenta, las élites de derecha y de izquierda subordinan su compromiso con la democracia liberal a sus intereses de corto y mediano plazo. Por ello, cuando las élites de ambos lados del espectro político perciban que un gobierno con tendencias autoritarias está dispuesto a favorecer sus intereses, traicionarán la democracia y apoyarán estas medidas autocráticas. Al contrario, las élites amenazadas por un gobierno no democrático sí valorarán la democracia liberal y utilizarán sus recursos para defenderse, si se encuentran en una posición de debilidad. El autor llama a estas élites demócratas precarios.


Contenido: Introducción
Capítulo I Una región de demócratas precarios
Capítulo II ¿Democracias más consolidadas que precarias?
Capítulo III ¿Élites democráticas?
Capítulo IV Perú 1980-2008
Capítulo V Sociedad, Estado y élites en América Latina
Conclusión ¿Exorcizando a los demócratas precarios?
Bibliografía

Fuente: IEP (Instituto de Estudios Peruanos).
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Recomendado:

Entrevista/Eduardo Dargent. “Las élites subordinan su compromiso democrático a sus intereses de corto plazo”

Libro "Cuentos feos de la reforma agraria" de Enrique Mayer.

COMENTARIOS A LOS CUENTOS FEOS DE ENRIQUE MAYER

Reseña por Héctor Béjar*

Mayer, Enrique. Cuentos feos de la reforma agraria peruana. Lima: IEP: CEPES, 2009.

A la memoria de Guillermo Figallo Adrianzén

Este año 2009, en que se publica Cuentos feos de la reforma agraria peruana del economista y antropólogo Enrique Mayer, se cumplen 40 años de la promulgación de la ley 17716 de reforma agraria, y se cumplen en medio del silencio; quizá porque, como ocurre con algunas personas, los grupos dominantes envían al subconsciente sus temores, remordimientos y miedos más profundos. Eso sucede con las transformaciones inesperadas y traumáticas que afectan el modo de vida, los intereses y las convicciones de los que tienen poder, propiedad, orgullo o dinero. El silencio de hoy a los cuarenta años de la Reforma Agraria es la mejor demostración de su importancia. La movilización de los pueblos indígenas desde la Amazonía, los Andes y las regiones hace pocas semanas dice bien de cuánto hemos cambiado desde junio de 1969 y cuánto no han cambiado quienes, hoy como ayer, responden a las protestas con amenazas, descalificaciones, prisiones y hasta con balas y sangre.

El general Velasco, que había tomado el poder por un golpe de estado apenas ocho meses antes, decía en su discurso de promulgación de la ley de reforma agraria, aquel 24 de junio de 1969, con voz enronquecida por el excesivo uso de cigarrillos negros:

Compatriotas:
Este es un día histórico. Y bien vale que todos seamos plenamente conscientes de su significado más profundo. Hoy día el Gobierno Revolucionario ha promulgado la Ley de la Reforma Agraria, y al hacerlo ha entregado al país el más vital instrumento de su transformación y desarrollo. La historia marcará este 24 de junio como el comienzo de un proceso irreversible que sentará las bases de una grandeza nacional auténtica, es decir, de una grandeza cimentada en la justicia social y en la participación real del pueblo en la riqueza y en el destino de la patria.


Recordemos el Artículo 2° de aquella ley:

La Reforma Agraria como instrumento transformador formará parte de la política nacional de desarrollo y estará íntimamente relacionada con las acciones planificadas del Estado en otros campos esenciales para la promoción de las poblaciones rurales del país, tales como la organización de una Escuela Rural efectiva, la asistencia técnica generalizada, los mecanismos de crédito, las investigaciones agropecuarias, el desarrollo de recursos naturales, la política de urbanización, el desarrollo industrial, la expansión del sistema nacional de salud y los mecanismos estatales de comercialización, entre otros.

Transcribo este artículo para recordar que, en la mentalidad de sus iniciadores, la reforma agraria formaba parte un proceso integral de transformación del país. Era un eslabón de una cadena de reformas que no se llegó a realizar; y, como tal, no puede ser explicada encerrándola dentro de su ámbito. Como se la ha criticado por su presunto colectivismo al buscar economías de escala organizando gigantescas empresas, vale la pena recordar que las Cooperativas Agrarias de Producción (CAP) o las Sociedades Agrícolas de Interés Social (SAIS) eran, en efecto, prioritarias. Sin embargo, se decía expresamente en la ley que tanto la mediana propiedad como la pequeña propiedad serían respetadas y apoyadas.

Estamos ahora frente a los cuentos feos de esa reforma, contados por Enrique Mayer. Según mi opinión se trata, deliberadamente, del relato personal de otros relatos. Mayer también se siente tocado por la reforma, por razones familiares y profesionales, y por su identificación con el país. Él, como otros antropólogos y científicos sociales de la época y de antes de la reforma, es también un personaje y no puede sustraerse al examen. Es analista; pero debe ser analizado y uno puede seguir sus sentimientos, agrados, asombros y malestares, nostalgias y angustias, a lo largo del texto. Su libro es una confesión colectiva; centra su enfoque en los relatos de las personas que la reforma afectó de distintas maneras. Pero es él quien elige y cuenta lo que otros cuentan.

Cuentos feos de la reforma agraria. Desfilan Mallares, Cahuide, Túpac Amaru, Antapampa, como proyectos, creaciones humanas; Piura, Cusco, Junín, Andahuaylas como escenarios. Hablan los hacendados despojados, los administradores fracasados a pesar suyo, como el de Mallares, que hicieron lo posible por salvar la situación y fueron derrotados por la fuerza de las circunstancias; los gerentes como Max Gamarra de la SAIS Túpac Amaru, que resistieron hasta el final. Los líderes campesinos que dividieron las empresas: Esteban Puma, Germán Gutiérrez. Admitámoslo: es difícil encontrar espacio suficiente para que hablen todos, incluyendo a los autores de los diseños empresariales, aquellos que redactaron la ley, los funcionarios de la reforma agraria o del Sistema Nacional de Movilización Social (SINAMOS), los líderes campesinos que estuvieron contra la parcelación; o quienes tuvieron que aceptarla contra su voluntad. Por eso tenemos, a través del texto, una imagen muy detallada de una parte del proceso, pero no de la totalidad. ¿Se puede pedir todo o, al menos, una visión integral? Como Mayer dice, está pendiente de hacer la historia completa.

Digamos entonces, para empezar, que esta es una historia parcial. De alguna manera es un desfile de las imágenes que cada quien ha trazado de su adversario, a veces para justificar psicológicamente su propia conducta ante sí mismo y ante los demás.

Como lo dice en su prólogo, Mayer trata de superar las abstracciones del estructuralismo y el marxismo y sale de cualquier pretensión de ciencia pura; pero, nuestra primera impresión es que las fuentes basadas en las personas no son menos dudosas que el cientificismo abstracto porque nos trasmiten subjetividades, sentimientos, heridas que son además demasiado recientes para haber sido procesadas por el tiempo. Nos encontramos entonces frente al problema de la parcialidad o imparcialidad, la pasión aún existente en quienes reprochan, olvidan o silencian.

Y aquí surgen mis primeras preguntas. Pancho Guerra y Hugo Neira, uno es entrevistado y el otro es mencionado. Ambos estuvieron en el SINAMOS, venían de la universidad y del periodismo, pero también en cierta manera, de la política. Estuvieron en la institución más discutida y atacada de lo que llamábamos “el proceso”: el SINAMOS. Pero ¿por qué no Guillermo Figallo, Benjamín Samanez Concha o José Matos Mar? Los dos primeros fueron, uno en las afectaciones y expropiaciones y el otro en la parte legal, los hombres clave de la reforma. Matos Mar, que estuvo estrechamente vinculado al gobierno militar, fue el antropólogo que nos dio la imagen más cercana de lo que sucedía en el campo antes de la reforma. Samanez Concha o Figallo hubieran podido decir por qué y cómo se decidió. Betty Gonzales, la trabajadora de Huando. ¿Y por qué no Zósimo Torres, autor además de una excelente autocrítica de su rol en aquel tiempo, o Pablo Torres? Esteban Puma, de Anta. ¿Y por qué no Vladimiro Valer, activista estudiantil, primero organizador como muchos otros jóvenes cusqueños de los sindicatos campesinos y después constructor de la Federación Agraria Revolucionaria Túpac Amaru Cusco (FARTAC) desde el SINAMOS del Cusco; promotor de la mayor manifestación indígena que recuerde la historia cusqueña cuando millares de campesinos antes marginados y apartados, como el mismo Mayer cuenta, tomaron prácticamente la histórica plaza de armas el 4 de abril de 1974 para celebrar la fundación de la FARTAC? Por supuesto, Mayer tiene el legítimo derecho de elegir. Claro, ellos y otros habrían contado los cuentos lindos, o bellos, o complejos, o como se los llame. Probablemente habrían contado también los problemas, las deficiencias, las limitaciones históricas y los errores, la esperanza y la desesperanza de quienes participaron en el proceso, no de quienes se enfrentaron a él.

Mi otra impresión es que el libro de Mayer también podría llamarse Cuentos feos de la contrarreforma agraria. Porque se refiere más a los tiempos posteriores a 1975, después de la caída de Velasco, después que el general fuera puesto contra la pared por el informe de las fuerzas armadas sobre la reforma agraria que en 1975 recogió todas las quejas de los expropiados, las hizo suyas y constituyó el primer paso para el golpe militar contrarrevolucionario de agosto de ese año. Porque lo que se conoce poco es la resistencia interna que los afectados por la reforma hicieron dentro del régimen, aprovechando sus estrechas vinculaciones con oficiales de las fuerzas armadas, desde el mismo comienzo, pero cada vez más, a medida que el proceso avanzaba y propiedades menores en la costa central y la sierra, eran afectadas. Esposas, familiares, amigos de altos y medianos oficiales de las tres armas tenían parientes o eran ellos mismos perjudicados. Una permanente tensión interna pasaba por el servicio de inteligencia y llegaba al mismo Consejo de Ministros donde Velasco, basado en las prolijas informaciones de la Dirección de Reforma Agraria a cargo de Samanez Concha, decidía a favor de los campesinos; y arriesgaba todos los días, en beneficio de ellos, el apoyo militar que tanto necesitaba. Debo decir que esos años me enseñaron a apreciar el coraje y la entereza de quienes defienden decisiones que tienen que ver con su entorno más cercano. Es distinto hacer oídos sordos a un pariente a hacer discursos en la plaza pública contra un abstracto enemigo de clase. Era el peso de la justicia que ganaba las voluntades de las gentes honestas de aquel tiempo, quienes querían de verdad un país más justo y mejor. Entre los cuentos lindos de la reforma agraria está la experiencia diaria de los militares de alta y baja graduación que, como Velasco, descubrieron su identificación con el pueblo. Y eso no sucedió solamente con el ejército. Tuvimos jóvenes que ayudaron, aliados al movimiento campesino, a la expropiación de los bienes de sus propias familias. O las personalidades como don Edgardo Seoane, quien entregó el fundo de la familia a la reforma agraria. No todo fue fracaso y desesperanza; fue también ilusión, utopía y cambio de actitud personal, sentirse recompensado solo por la bondad de la propia acción. Creo que fue la única vez en que se sintió que había un partir de aguas entre un pasado de abusos y un futuro que se quería fuese de justicia, en el mismo seno del poder.

Pero, finalmente, el cerco se cerró y podemos decir que la reforma agraria había terminado el 29 de agosto de 1975; y que hasta hoy, en que ha empezado otro proceso de reconcentración de tierras, no tuvimos otra cosa que 34 años de contrarreforma agraria que borraron los seis de reforma inicial. La historia no ha terminado, ha vuelto a empezar.

Uno podría aplicar un zoom que se acerca y se aleja de los acontecimientos. Si nos aproximamos tomamos el corto plazo, pero las causas y consecuencias históricas, los antecedentes que explican los acontecimientos y los efectos que permiten hacer el balance, se nos escapan. Si nos alejamos, perdemos los detalles que nos ayudan a entender la situación. Necesitamos ambas distancias. Mayer usa la lupa parcial del antropólogo, pero no el lente del sociólogo y menos el telescopio del historiador. No es su culpa. Lo que pasa es que el balance está pendiente.

En el gran zoom de los siglos vemos desfilar sucesivamente los ayllus precolombinos, las reducciones coloniales, las composiciones de tierras, los decretos de Bolívar, vemos formarse las haciendas republicanas. Entonces así, a una distancia interplanetaria, la reforma agraria de 1969 marca la división entre dos etapas: la de la servidumbre y condición disminuida del indio en una etapa y la de la libertad, en la otra. Pero tenemos la obligación de decir que, aunque los poetas le canten y sea ella misma una bella palabra, la libertad nunca fue hermosa, tiene también sus cuentos feos. Los tuvo la manumisión de los esclavos y la abolición de la esclavitud; aquí y en todas partes, todas las revoluciones causaron destrucciones, retrocesos, estropicios y violencias inútiles que, frecuentemente, acabaron con los propios libertadores. Por supuesto que eso no nos justifica. Pero la libertad no es otra cosa que un desafío a decidir, no trae necesariamente ni bonanza ni bienestar y menos riqueza, sino nuevas obligaciones y tareas más complejas. Aquí la libertad de los siervos, pongos, yanaconas y comuneros produjo migrantes desarraigados, pobres urbanos, pequeños empresarios, minifundistas libres o agricultores angustiados. También produjo un nuevo tipo de miseria extrema y anómica que antes no teníamos. El régimen de hacienda ha desaparecido, pero ha sido reemplazado por otros regímenes de dominación. La lucha por la libertad nunca termina. Por eso algunas constituciones y entre ellas la peruana de 1979, dicen que la reforma agraria es un proceso permanente.

Se trata de que el crecimiento de la población no es acompañado de un crecimiento de las tierras cultivables ni de las aguas disponibles. La tierra y el agua siguen siendo en el Perú bienes escasos. Y entonces, la única solución racional es la gran propiedad que acumule y distribuya no tierra sino beneficios. En manos de los hacendados, el trabajo gratuito semiesclavo y diversas formas de explotación, eran funcionales a un sistema que necesitaba costos bajos. Era el hacendado el que concentraba aunque no siempre acumulaba, sobre todo en el agro tradicional. Bajo la forma colectiva, son los trabajadores los que deben cooperar y administrar. Los costos aumentan con los derechos: la libertad y la justicia son caras. Por eso, esa fórmula, siendo racional y justa, no resultaba histórica a no ser que todo un conjunto de elementos sociales y culturales la acompañaran. Chocaba con los egoísmos humanos, la falta de educación, el retraso técnico. Los campesinos querían parcelar porque para ellos la justicia estaba en un pedazo de tierra. No tenían todavía idea de los bienes públicos como concepto y realidad sino apenas habían hecho la experiencia del trabajo comunal, inevitable para subsistir. Preferían la aparente seguridad del minifundio. Pero el minifundio asegura la pobreza. Los campesinos fueron héroes para los indigenistas y los izquierdistas en cuanto eran pobres y víctimas de la explotación. Pero eso no los convertía en buenos y solidarios. El hecho de ser pobres y explotados no los hacía necesariamente agentes de cambio, y eso se vio cuando solo en casos muy aislados pudieron trabajar colectivamente en nombre de un bien común. Tendieron a la división y eso podía prolongarse hasta el infinito, hasta la pulverización misma de la tierra. Detrás del fracaso de las fórmulas asociativas está el desencuentro entre los diseñadores idealistas, los funcionarios realistas y los campesinos desconfiados que necesitan y quieren lo prometido ahora, no para más tarde ni mañana.

Y esto en relación con la tierra, esconde un problema fundamental que los peruanos como muchos otros asuntos, no nos atrevemos ni a mencionar. Si en el Perú el problema de la tierra no tiene solución a través de la creación de grandes empresas estatales o cooperativas, porque demandan un tipo de funcionarios, de trabajadores o de Estado que pueden existir en la teoría, pero es posible que nunca existan en la práctica, tampoco la distribución física es una solución porque nos lleva a la generalización de la pobreza y a la reconcentración de la propiedad para la reproducción de más abusos e injusticias. En realidad, aceptémoslo: es un absurdo que la tierra deba pertenecer a alguien que traza sus linderos excluyentes, sea la propiedad pequeña o grande, cuando la tierra no alcanza para todos. Como el agua y el aire, la tierra debería ser un bien público y pertenecer a todos los peruanos y peruanas en uso racional y profesional, técnicamente sustentado para quienes quieran vivir de ella y en ella. Debería ser dada en uso a quienes puedan usarla con justicia y eficiencia. Pero ese es otro cantar.

En realidad, recurriendo al telescopio y dejando la lupa, estamos hablando de una sucesión de despojos. Primero, el gran despojo conquistador contra las poblaciones precolombinas. Luego, el despojo de los indios por los hacendados. La negación de los derechos de los campesinos eventuales por los estables. La corrosión de las cooperativas por sus propios socios. La parcelación. La reconcentración de los fundos medianos. Falta el proceso posterior: la reconcentración de la tierra por los exportadores y los bancos.

De toda esa secuencia, la reforma agraria de Velasco es vista como un intento irreal de manejar colectivamente la tierra, que choca con los intereses pequeños pero concretos de los campesinos y perece cuando estos son liderados por la izquierda antivelasquista. El libro nos deja la amarga visión de gente que, al pretender combatir a la burocracia y el militarismo, entró con entusiasmo a destruir las cooperativas y las SAIS. Pero no tuvo ni ideas ni proyecto ni recursos suficientes para hacer frente a la caótica situación creada. Y abandonó a los campesinos a su suerte, luego de utilizarlos políticamente para su fugaz éxito electoral en la Constituyente. A eso siguió, para sorpresa de la izquierda, según dice García Sayán citado por Mayer, la desmovilización de las federaciones campesinas que habían sido organizadas al calor de la agitación. La moraleja es: los campesinos usaron a la izquierda para conseguir las fracciones de tierras que anhelaban con justicia; y después, le dieron la espalda. Y la izquierda usó a los campesinos para sus éxitos partidarios y electorales y después, los abandonó. Fue un matrimonio temporal y de conveniencia, no una alianza histórica. En Junín y Andahuaylas después vino Sendero. Y a la destrucción de las cooperativas siguió el asesinato selectivo de los dirigentes, promovidos como consecuencia de la reforma agraria, incluidos los alcaldes campesinos. En vez de abrir grandes proyectos comunes que utilizaran, en el buen sentido del término, el espacio abierto por Velasco para nuevas alternativas políticas democráticas, políticamente integradoras, el apoyo popular fue parcelado en beneficio del minifundismo político. Y así, mientras la gran propiedad de nuevo tipo (primero por la vía de proyectos empresariales capitalistas y luego bancaria, exportadora, para biocombustibles, soya, etc.) retornó al campo, así también, corroído el apoyo popular a los militares revolucionarios, no quedaba otra cosa que el retorno a la gran propiedad política de la derecha, vía la “democracia” excluyente de siempre.

En realidad, una reforma agraria socialmente justa y técnicamente eficiente es un resultado de la conciencia colectiva, del respeto por los bienes públicos y de la concreción de la ciudadanía. La idea de la existencia de los bienes públicos, cuya necesidad no es entendida aún hoy, pero de la que depende cualquier proyecto democrático. Si no, el país depende de un precario balance de egoísmos e intereses en los cuales predominan siempre los más poderosos o los más avezados.

Una antropología progresista, pero dominada por los criterios, las categorías y los métodos de Cornell; una sociología estructuralista y parsoniana; una economía cepalina puramente estatista cuando no conservadora; unos ingenieros educados para administrar haciendas pero no empresas asociativas; unos campesinos que habían luchado contra el gamonalismo pero anhelaban solo tierra. Y una izquierda presa de distintas formas de resentimiento y egoísmo, no eran los agentes sociales más adecuados para producir el tipo de reforma justa en derechos, eficiente en rentabilidad que todos hubiéramos querido, cuando vemos las cosas desde hoy. La autogestión, la sociedad civil, los derechos humanos, la ciudadanía, la democracia directa eran todavía ideas iniciales. Se requiere ubicar aquellos hechos en su contexto. Algo que hemos aprendido también en los últimos años es que los procesos sociales se dan a la manera de su tiempo y hay que juzgarlos en esa medida.

Un nuevo esquema de propiedad, tenencia y producción deberá gestarse en el futuro como resultado de fuertes tensiones, pulseos de poder y enfrentamientos. Pero ahora ya no son poderosos gamonales enfrentados con indefensos campesinos. Los poderes populares de diversos tipos siguen creciendo y planteando nuevos desafíos. Ahora están enfrentándose a los nuevos conquistadores transnacionales, exigiendo negociar con los ministros, paralizando las ciudades y cortando las carreteras. La realidad ha cambiado. La reforma agraria ha fortalecido al campesinado, dice Mayer, cuando se pensaba que desaparecería. Ahí están sus hijos y sus nietos. Desde luego, probablemente el nuevo país que surge no guste a idealistas y utópicos como nosotros. Pero es y será distinto.

Y ahora algunas amables anotaciones finales.

Me permito discrepar con Enrique Mayer en parte de sus conclusiones cuando dice:

Lamentablemente la utopía tecnocrática de Velasco fue anodina, mal definida y desabrida. En la acción se alimentó más de la venganza y el odio que en la construcción de un mañana de solidaridad (…). Los lugartenientes de Velasco solo ejecutaron planes fríos sin contenido emocional o sin una imaginativa visión de las cosas que están por venir. Del mismo modo, el líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, nunca esbozó cómo sería su “estado de una nueva democracia”. Ambas fueron revoluciones sin humor, ambas se alimentaron de odio y ambos definieron enemigos de clase (Pág. 330).

Por lo menos para mí, sobran comentarios.


Segunda observación. Ese otro exilado brasileño, un amigable matemático cuyo trabajo, me dijeron, era construir un modelo matemático de la revolución peruana (pág.71) era probablemente Oscar Varsavsky, físico y científico argentino, gran latinoamericano, que formuló algunos de los primeros modelos matemáticos aplicados desde las ciencias sociales a los procesos de cambio.


Y la observación final. El autor del calificativo ogro filantrópico (pág. 330) refiriéndose al Estado, no es Julio Cotler sino Octavio Paz. Octavio Paz llamaba al Estado mexicano "el ogro filantrópico". Es el título de su libro escrito en 1979 y editado por Seix Barral.

En resumen, un libro complejo. Una contribución a la comprensión de la reforma agraria. Necesariamente parcial. Parte de un gran balance que todavía está pendiente. ¿Lo tendremos alguna vez?

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* Candidato al doctorado en Sociología por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Investigador social del Centro de Estudios para el Desarrollo y la Participación (CEDEP). Director de la Revista Socialismo y Participación. Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Este texto es una adaptación de la presentación del libro, realizada el 24 de julio del 2009 en La Feria Internacional del Libro de Lima (FIL).

Fuente: Revista Argumentos. IEP Año 3, N°5, noviembre 2009.

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